[Esta entrevista, realizada por el periodista José Antonio Plaza, es la primera de una serie que, tras la publicación del Reportaje sobre el 10º aniversario de Naukas, estará protagonizada por diversos divulgadores y divulgadoras españoles. En cada entrevista se hablará de su labor como científico y/o comunicador, de su campo científico de trabajo, de la relación del entrevistado con Naukas y de la divulgación científica en general].
Natalia Ruiz Zelmanovitch (París, 1972) es una de las comunicadoras y divulgadoras científicas más originales de España. No es científica. Tiene una licenciatura en Traducción e Interpretación por la Universidad de Granada, formación en Planificación y Gestión Cultural y dos años de Arte Dramático, y llegó el mundo de la comunicación casi de rebote y por medio del periodismo. ¿Una rara avis?
Natalia, después de “hacer un poco de todo” para irse ganando la vida, trabajó en radios y en la televisión local de Almuñécar, el pueblo donde de crio y creció, y allí cogió “unas tablas brutales” en el arte de contar cosas. Por entonces su relación con la ciencia era casi nula, pero en 2001 las cosas cambiaron: “Me fui a Canarias, a Tenerife, por amor”, una decisión que vino acompañada de otro amor menos carnal: allí descubrió el Gran Telescopio Canarias (GTC) y comenzó su relación con la astronomía “por pura serendipia”, tras presentarse a una plaza de comunicación en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Lo hizo sin muchas esperanzas, pero la contrataron y pasó allí ocho años comunicando sobre astrofísica.
Después todo ha venido rodado en su relación con el espacio: periodista -por un tiempo breve- en la Agencia Espacial Europea (ESA); comunicadora en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA); miembro del nodo español del Observatorio Europeo Austral (ESO); de nuevo en el GTC como freelance; más comunicación en el proyecto Astromol del Instituto de Ciencia de Materiales de Madrid del CSIC; y, finalmente y hasta el momento, responsable de comunicación del proyecto europeo Nanocosmos en el Instituto de Física Fundamental del CSIC.
Hasta aquí “la comunicación, que es mi trabajo”. Luego está, en paralelo, la divulgación de la ciencia, “que no es lo mismo aunque esté relacionado”, explica. Es colaboradora de Naukas y de Hablando de Ciencia; miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica (AECC) y de la Sociedad Española de Astronomía (SEA); ha participado en programas de radio como Carne Cruda, El Canto del Grillo (RNE) y Galaxias y Centellas (Radio Autonómica de Canarias)… Y ha popularizado, junto al astrofísico Manuel González, una nueva manera de contar la ciencia: la astrocopla, un espectáculo de canto, interpretación y divulgación científica, aliñado con “un poco de mamarrachada”.
La entrevista, por videoconferencia como mandan los puñeteros cánones de 2020, es más una charla. Hay risas, confesiones, críticas y hasta una canción de por medio. Pero, sobre todo, ciencia. Ciencia que hay que contar, “porque es un bien social”. Vamos con nuestro pequeño granito de arena.
Sueles decir que llegaste al mundo de la ciencia por casualidad, por azar… Hasta por amor. ¿Cómo es esto?
Buena parte de mi vida es pura serendipia. Yo no soy científica y venía de hacer periodismo en medios locales. La primera vez que me enfrenté a redactar una noticia fue un flechazo: enseguida me sentí segura y cómoda, sintiendo que trabajaba bien. Cubría casi de todo menos ciencia. Luego llegué a Canarias desde Granada porque me enamoré de un chico y salió la oportunidad de ir a Tenerife. Había que buscarse la vida y eché un currículum para trabajar de comunicadora en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Y de repente me llaman, paso las pruebas y me contratan. Era el año 2001. Fue como tirarse de golpe a una piscina con poca agua, pero me puse a controlarlo todo rápidamente: pedí los planos del proyecto del Gran Telescopio Canarias, me aprendí cómo funcionaba todo, me empapé de la tecnología, la óptica adaptativa, los infrarrojos, los conceptos de astrofísica… Y me pasé 8 años haciendo comunicación multimedia sobre astronomía. Aprendí una barbaridad, pero quería más ciencia; entrar más de lleno.
¿Fue un amor a primera vista?
¿Con la ciencia? En parte sí. El amor por la comunicación ya lo tenía. Después de hacer periodismo sobre casi todo, empecé a hacer comunicación de la ciencia y vi que, oye, no me aburría. Todo era nuevo y diferente. Yo soy muy apasionada, y ver prácticamente cada día una molécula nueva, una tecnología innovadora, una publicación científica pionera… Interactúo mucho con los científicos, es un trabajo en equipo. Encontrar la chispa a un paper es precioso. Lo flipaba cuando empecé a escribir sobre ciencia, y lo sigo flipando.
“La astronomía da humildad, ayuda a ponernos en nuestro sitio”
¿Qué ámbito de la astronomía te atrae más?
Cuando empecé hacía una comunicación mucho más “generalista” de muchos campos de la astrofísica. Me fascinaban los trabajos que estudiaban cómo se mueven las galaxias, por qué tienen esas formas. El tema de moda no me interesaba menos: la búsqueda de planetas extrasolares, con sus limitaciones tecnológicas y el empuje que esto provocaba en las mejoras y avances de esas técnicas. Eran fenómenos que implicaban objetos grandes, masas inmensas, una física de lo enorme… Hasta que llegué al mundo de la astroquímica. Jamás, hasta ese momento, me había planteado que un equipo de astrofísicos se pasara el tiempo haciendo experimentos de laboratorio para comparar los resultados con sus observaciones. Ahora me debato entre mi amor por las enormes instalaciones astronómicas y los experimentos de laboratorio con cosas pequeñísimas. Fíjate que el reciente descubrimiento ‘tentativo’ (es decir, aún debe confirmarse) de fosfano en la atmósfera de Venus me trajo directamente a la cabeza el trabajo que publicó gente de mi grupo en 2014: fueron los primeros en detectarlo fuera del sistema solar. De hecho, escribieron para la Agencia SINC un artículo explicando en qué otros lugares del universo se había detectado y en qué cantidades. La forma en que somos capaces de analizar y extraer tanta información del espectro electromagnético me fascina.
¿Te has enamorado de la astrofísica?
Totalmente. Y el campo en el que yo trabajo es increíble. Cosmología, galaxias, planetas, estrellas y, ahora, astroquímica. Sin los granos de polvo, el polvo cósmico, no estaríamos aquí ahora hablando. Son la base para toda interacción molecular en el espacio: un ciclo de ‘vida’ del que deberíamos aprender más. Nacen de la muerte de las estrellas y, mucho después, se reconcentran, se condensan y… chas: aparece una estrella nueva. Ahora estoy más enfocada a la astroquímica, que en el fondo trata del origen de la vida. Son cosas muy técnicas, tanto que a veces no me entiendo ni yo… Conocer la astronomía te da mucha humildad. Somos una mota de polvo suspendida en un rayo de luz. No somos nada, pero la liamos parda todos los días. Hablar del espacio y sus misterios nos ayuda a ponernos en nuestro lugar.
¿Qué tiene la astronomía para, pese a su tremenda complejidad, llegar tanto a la gente?
Creo que hay tres cosas claves. La primera es que todo el mundo puede mirar al cielo; es bastante accesible. La segunda, que hay muchísimos astrónomos aficionados, muchísima gente amateur que enseña y difunde sobre el espacio de manera a veces altruista. Y la tercera, la gran tradición en comunicación que tiene el sector. Desde la carrera espacial nos han llegado noticias constantemente y eso ha creado una capa de conocimiento generalizado que ayuda a que la astronomía se haya convertido en algo cotidiano en las noticias de ciencia. Y la astronomía siempre gusta, aunque hables de cosas muy complejas.
Tu estreno en el mundo de la divulgación científica fue en Naukas hace casi 10 años. ¿Cómo pasó?
Era 2011. Fui a Naukas Bilbao [su nombre aún era Amazings] como público. Iba sola, me alojé en un hotel súper barato para estudiantes y no sabía bien qué me encontraría. Pero enseguida conocí a mucha gente muy maja, asistentes como yo y también ponentes. Con lo tímida que soy yo de entrada (sólo de entrada…), me sentí integrada rápidamente. Tengo muy buenos recuerdos de aquella experiencia.
Y, desde entonces, eres una habitual, casi fija…
He participado en todos los Naukas, salvo en los de los años 2013 y 2019. Cuando empezaron los eventos Naukas yo hacía radio en Tenerife, colaboraba en un programa de Juanjo Martín con una sección sobre pseudociencias desmontadas con humor. Creo que por esto, a través de algunos conocidos, me conoció Javier Peláez, que también vive en Tenerife y que me invitó a formar parte de la plataforma. En el Naukas de 2012 ya di una charla, aunque curiosamente no hablé de lo que más sé, que es la astronomía. Hice un número de Liza Minelli en Cabaret, un monólogo-canción sobre productos engañosos antienvejecimiento. El cabaret es un género frívolo, casi superficial, que entra fácil y te deja pensando. Naukas fue lo primero que hice mezclando teatro y divulgación, la verdad. Ese mismo año ya empecé el blog también, y ahí sigo…
Llevas casi 10 años como parte de la comunidad Naukas. ¿Cómo la definirías?
Creo que es un regalo para mucha gente, una manera diferente de acceder a la ciencia. Es un espectáculo, algo para divertirse que, además, puede dejar poso. Creo que la intención no es enseñar tanto como divertir, pero se abre una puerta al interés y, por qué no, al aprendizaje. En el plano más personal, es una oportunidad, también profesional. Muchos nos hemos dado a conocer con Naukas, es una puerta abierta hacia más cosas, incluso a cierta fama, algo que no va mucho conmigo, pero que ahí está. Sé que no soy objetiva al decir esto porque formo parte de ello, pero si lo entiendes como lo que es, un divertimento, Naukas es una maravilla.
Sueles contar la ciencia interpretando, cantando, bailando… ¿De dónde te viene?
No sé si hay una respuesta clara. Mi padre es muy amante del flamenco. El caso es que de niña pensaba, porque es algo que pasa cuando eres joven, que lo castizo es un poco casposo, cutre, viejo, pasado. Pero con el tiempo fui aprendiendo: escuchar y ver a Rocío Jurado o Lola Flores es un espectáculo.
Y apareció la astrocopla…
Sí… Era el año 2015 cuando conocí a Manuel González. Manolo es astrofísico y pronto conectamos a base de tomar cafés y charlar. Ese año decidió presentarse a Famelab y surgió la posibilidad de echarle una mano, porque yo tengo dos años de formación en Arte Dramático. Lo que vi me alucinó: Manolo se come el escenario, se mete a la gente en el bolsillo. Es un creador brutal. Qué sex-appeal. Arrollador. Participó cantando la Copla de las estrellas, imitando a Lola Flores. Fue increíble. La copla, como te decía, puede sonar a algo casposo, pero tiene un trasfondo histórico, social y cultural muy importante. ¿Por qué no utilizarla para contar la ciencia? Nos hicimos pareja artística divulgadora. Trabajar con él y salir juntos al escenario es una pasada.
No todo el mundo entiende estas formas de divulgación. Hay gente muy purista, y colectivos que incluso lo rechazan alegando que no es ni bueno para la ciencia. ¿Qué les dirías?
Que si no les gusta, no lo escuchen. Que miren para otro lado, están en su pleno derecho, por supuesto: no hay discusión posible. Mientras haya quien le guste… Lo que es importante es, divulgues como divulgues, lo hagas con rigor. Una cosa es que no te guste y no vayas, y otra que incordies intentando despreciarla. Pero hay una cosa: muchas veces, acercarme a algo que no me gusta o no me atrae, me ha ayudado a tener más perspectiva. Claro que yo, y muchas personas, hacemos mucho el mamarracho, pero bien hecho. Puedes buscar más una enseñanza o un divertimento, pero siempre con la verdad por delante, con honestidad. Y entreteniendo. También te digo que, para profundizar mucho, quizá no sea el formato más apropiado. ¿Y qué? Muchos pasamos un buen rato y, a lo mejor, acercamos la ciencia a algunas personas, que se quedan dándole vueltas. No sé si gana la ciencia, pero sí que gana la gente.
¿La ciencia es también compromiso?
Con la sociedad, claro. Y con la propia ciencia, que necesita más dinero, más recursos, mejores condiciones de trabajo. Se están dando pasos positivos en algunos ámbitos, por ejemplo en la diversidad. La ciencia es mejor si es diversa, y hay ejemplos de mayor visibilización de colectivos a veces ‘invisibles’. La presencia de las mujeres es quizá lo más recurrente, pero no es sólo eso. Asociaciones como Prisma hacen mucho bien y trabajan un montón. Por ejemplo, Naukas lleva un par de años dando cobijo a ‘Las que cuentan la ciencia’, un evento organizado en Córdoba por mujeres y en el que sólo participamos mujeres. Todo suma.
¿Vale todo el mundo para comunicar ciencia?
No es cuestión de obligar. Para comunicar ciencia hay que tener las herramientas y la gente para hacerlo, eso sí. Por eso es tan importante la profesionalización que estamos viendo en los últimos años. Empieza a haber verdaderos profesionales en esto de contar la ciencia, más allá de quienes lo hacen en su tiempo libre o por amor al arte. Creo que en esta evolución tienen mucho que ver las Unidades de Cultura Científica (UCC), los gabinetes de comunicación, el periodismo científico… Por ejemplo, Naukas creció vinculada a la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco. Ahora hasta hay empresas dedicadas a la divulgación científica.
Vivimos un auténtico boom de la divulgación científica, pero ¿llega realmente a la sociedad?
No estoy segura. Hay un cambio de mentalidad, eso sí. Antes no se le daba apenas importancia a la comunicación, a la transferencia de la ciencia, a llevarla fuera de los laboratorios y las clases. No había formación para hacerlo, de hecho. Pero esto está cambiando, y hay mucha gente detrás trabajando para ello. En cierto modo, con la comunicación y la divulgación ha pasado algo como lo que sucedía con la transferencia de la ciencia, que había quien decía que era prostituir la investigación. Y nada más lejos de la realidad. La ciencia es un bien social, debe llegar a la gente y ahora tenemos más puertas abiertas para conseguirlo. Luego, interesa o no, pero hay que invertir en las personas y los recursos necesarios para intentarlo. Si estamos calando en la sociedad o no… Podemos fijarnos en este 2020, por ejemplo.
La ciencia prácticamente está atropellando a la sociedad. Le ha caído encima de golpe…
Eso es: nos ha explotado en la cara. Y, si antes no sabíamos de ciencia ni la comprendíamos, ¿vamos a hacerlo ahora, en mitad de esta crisis? De entrada, el pensamiento crítico brilla por su ausencia, y no sabemos qué es el método científico ni por qué es importante. Hay cosas que desde dentro no se hacen bien, como no publicar la ciencia fallida o hacer creer que la ciencia encontrará, seguro y pronto, la mejor solución. Aunque no se dice todo lo que se debe, este año estamos escuchando a muchos científicos decir ‘no lo sé’. La ciencia es decir ‘no lo sé’, pero la gente se cree que es decir ‘esto es así’ y está mal visto responder con dudas o desconocimiento, cuando es lo natural.
“La ciencia nos está explotando en la cara: ¿cómo vamos a entenderla siendo tan hooligans y sin pensamiento crítico?”
¿Quizá 2020 sea una oportunidad demasiado extrema para hacer comprender mejor la ciencia?
Cada vez somos más hooligans de lo nuestro. Somos de bandos, y la ciencia no es así, sino de tener la mente abierta, sujeta a cambios, a cambiar de opinión. Entramos sin remisión en terrenos como el de la religión o la política: somos de un bando y, aunque se equivoque, seguimos defendiéndolo de manera cerril. Es un error. Pero, tratando de ver las cosas con optimismo, ahora la ciencia está en muchos más sitios accesibles. En la televisión, por ejemplo. En la calle también, y Naukas es sólo un ejemplo de muchos más eventos divulgativos que siguen proliferando en los últimos años.
¿Cómo ves la situación general de la ciencia?
Tengo una visión limitada, la verdad. Una de las cosas que no me gustan es que se le da poca importancia a la ciencia básica. Creemos que la ciencia debe rentabilizarse social y económicamente muy rápido, una idea que ciertos sectores políticos tienen muy arraigada. No entendemos que la ciencia básica aporta otro tipo de riqueza, de conocimiento, fundamental para que luego llegue la ciencia aplicada. Permite andar más camino. Y luego está la burocracia: a veces cuesta hasta comprar un paquete de folios, ya no te digo un microscopio. No podemos olvidar la rendición de cuentas, pero la investigación necesita más libertad en este sentido.
Para acabar, ¿una copla para la ciencia?
Como algo me comentaste por correo, he preparado algo en unos minutos. Ahí va, pensad en Rocío Jurado en directo…
Se nos rompió el humor,
de tanto usarlo,
de tanto loco hachazo sin medida,
de chistes obsoletos y fracasos,
se nos quejó la ciencia un buen día.
Se nos rompió el humor,
de tan grandioso,
jamás pudo existir tanta tontuna,
las cosas tan cachondas duran poco,
jamás duró el humor dos primaveras.
Me alimenté de ti por mucho tiempo,
y nos creímos divas discotequeras,
jamás pensamos nunca en el dinero,
y no llega dinero aunque lo quiera.
José A. Plaza, periodista de ciencia y salud. Cuarentaypocos. Pasé casi 15 años escribiendo en un medio especializado en Medicina y actualmente soy responsable de Comunicación en un organismo público de investigación. Socio (y cofundador) de la Asociación de Comunicadores de Biotecnología (ComunicaBiotec), de la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2) y de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS). No sé estar sin leer, escribir, baloncesto y rock.