Aristóteles: el cerebro es un refrigerador de la sangre

Por Colaborador Invitado, el 24 febrero, 2022. Categoría(s): Biología • Ciencia • Neurociencia

Hace un tiempo (unos años) asistí a una charla en la que el ponente mostró una imagen semejante a ésta, mientras decía: ¿Cómo vamos a creer a un tipo que decía que el cerebro sirve para refrigerar la sangre que se calienta en el corazón?

Aristóteles creía que el cerebro es un radiador (ilustración de Jorge Cham)

Me hizo gracia la ilustración, y no dudé que fuera literalmente cierto que Aristóteles hubiera dicho eso, aunque era evidente que el ponente quería ridiculizarlo en algo que no tenía nada que ver con el tema presentado (falacia de apelar al ridículo).

Cerebro y corazón

Como en internet ya está casi todo (con el peligro de llegar a pensar que lo que no está internetizado no existe), es fácil encontrar esta idea de Aristóteles (384–322 a. C.) repetida una y otra vez. Pero poca gente se molesta en explicarla y ponerla en contexto (y menos gente aún se preocupa por citar la fuente). Uno de los que sí la explica, y muy bien por cierto, es José Ramón Alonso en su blog Neurociencia:

¿En la cabeza o en el corazón? Es normal que en nuestra vida cotidiana distingamos entre decisiones tomadas “con la cabeza” y aquellas llevadas a cabo siguiendo “los dictados del corazón”. La dualidad razón-pasión o pensamiento-sentimiento impregna nuestro lenguaje, nuestros análisis de las cosas, nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. Es una historia antigua, terriblemente equivocada y, al mismo tiempo, enormemente sugerente. El culpable de esta equivocación tiene nombre: Aristóteles.

José Ramón no ahorra elogios para el Filósofo, al que considera un hombre inteligente: si cometió esta grave equivocación, no fue por estupidez o pensamiento mágico, sino por razones nada desdeñables. De hecho, a pesar de haber sido criticado ya en la antigüedad por Galeno (129–216 d.C.), durante muchos siglos se siguió considerando al corazón como el órgano más importante y el lugar de la sensibilidad y la actividad mental, puesto que está conectado de forma muy obvia con el resto de órganos y, en cambio, los indicios que apuntan a que pensamos con el cerebro no son tan evidentes.

Ahora bien, ¿para refrigerar la sangre? ¿En serio? Sigue José Ramón Alonso:

Una mención especial merece el tema de la temperatura: para Aristóteles el corazón es caliente, un atributo de los seres superiores frente a los animales de sangre fría, mientras que el cerebro sería un órgano frío. De hecho, para él, la función del cerebro sería enfriar la sangre, manteniendo una temperatura adecuada para las funciones mentales del corazón. Nos puede parecer sorprendente pues es evidente que en todos los mamíferos la temperatura del corazón y el cerebro es la misma, 37ºC.

Para explicar esto, José Ramón supone que en el momento de realizar la autopsia el cerebro ya estaría más frío que el corazón, y de ahí la idea de que serviría para enfriar la sangre. Una explicación bastante convincente de cómo Aristóteles pudo llegar a su idea del refrigerador cerebral.

¿Dónde dice Aristóteles que el cerebro es un refrigerador de la sangre?

Como decía, casi nadie cita la fuente donde Aristóteles hace tan sorprendente afirmación. Pero gracias a los buscadores actuales –y a la ayuda de algún buen amigo– conseguí localizar el texto original en Las partes de los animales (libro II, capítulo 7, 652a-652b), que dice así [1]:

A continuación podemos hablar un poco sobre el cerebro. Muchos piensan que el cerebro es la médula y el principio de la médula porque ven que la médula espinal es contigua a él. Sin embargo, su naturaleza es, por así decir, totalmente opuesta, pues el cerebro es la parte más fría del cuerpo, mientras que la médula es de naturaleza caliente. Lo demuestra su untuosidad y su grasa. (…) La frialdad del cerebro se manifiesta al tacto y, además, es la menos sanguínea de todas las partes húmedas del cuerpo (de hecho ni siquiera contiene sangre en sí mismo).

(…)

 Como todo necesita una influencia contraria para alcanzar el equilibrio y la justa medida (pues en esto consiste la sustancia y la razón, y no en cada uno de los extremos por separado), por esta causa la naturaleza ha ideado el cerebro en contraposición a la región del corazón y al calor que hay en él, además gracias a esto existe esta parte en los animales, con una naturaleza común de agua y tierra, y por eso todos los sanguíneos, y ningún otro, por así decir, poseen cerebro o, en su defecto, un órgano análogo, como es el caso del pulpo. En efecto, debido a su carencia de sangre todos contienen poco calor. Así pues, el cerebro regula el calor y la ebullición del corazón; y para que esta parte alcance un calor moderado, las venas, que parten de la vena grande y de la llamada aorta, terminan en la membrana que envuelve el cerebro.

Así que no hay duda de que Aristóteles afirma que la función del cerebro es contrarrestar el calor del corazón, es decir, actuar como refrigerador. Otra cosa es cómo haya que interpretar y valorar este texto en el contexto de la historia de la filosofía y de la neurociencia (para el lector curioso doy varias referencias [2-7], unas más serias que otras, y tirando del hilo se encuentran muchas otras).

Criticar la biología de Aristóteles… desde la metafísica aristotélica

El ponente de la charla que mencionaba al principio quería ridiculizar a Aristóteles con la teoría del cerebro-refrigerador. El ponente encarnaba a la perfección el espíritu positivista, que se caracteriza, entre otras cosas, por rechazar frontalmente el principio de finalidad, que a su vez es una de las ideas centrales en toda la filosofía aristotélica.

Lo curioso del caso es que, suponiendo que fuera verdad que la sangre se enfría en el cerebro, desde una postura positivista es imposible criticar a Aristóteles por decir que la función del cerebro es hacer de refrigerador, porque eso es justamente lo que hace. Es decir, si el efecto del cerebro es enfriar, entonces su función es enfriar. El positivista no puede distinguir entre efecto y función (función, propósito, finalidad). Un ejemplo más actual sería: si digo que mi ordenador sirve para calentar la habitación, un positivista no puede pretender que digo algo absurdo, puesto que estoy constatando un efecto perfectamente observable.

Señor ponente: si crees que Aristóteles se equivocó al identificar efecto y función, es porque crees que la función se puede conocer como algo diferente del mero efecto observable. O sea, rechazas la biología de Aristóteles, pero abrazas su metafísica.

Cuando consideramos un sistema natural (un órgano) o un sistema artificial (un artefacto), hay una diferencia entre “para qué sirve” y “para qué fue diseñado” (que son dos variantes del principio de finalidad). El método científico-experimental puede establecer la “eficacia” (para qué sirve) de un sistema, pero no puede dar el salto a la “intención” de un artífice consciente (para qué fue diseñado).

La biología, en tanto que ciencia experimental, puede conocer en este sentido la eficacia o utilidad de un órgano, pero no puede decir nada de un posible diseño intencionado. En la ingeniería, en cambio, es legítimo asumir que, donde hay un artefacto, hay un artífice. Por eso el ingeniero puede preguntarse “para qué fue diseñado” (y lo hace constantemente cuando “espía” los avances de la competencia). Ahora bien, a esa pregunta el ingeniero no podrá responder exclusivamente con el arsenal del método científico-experimental, porque las intenciones de las máquinas siempre quedan más allá de lo meramente observable.

Dos apuntes finales

Hoy día sabemos que el cerebro no está más frío que el corazón. Pero, insisto, mi argumento es: si fuera verdad, entonces no podríamos criticar a Aristóteles desde presupuestos positivistas.

Y, finalmente, ¿refrigerador o radiador? Pues… aunque parezca extraño, las dos cosas, porque el aparato es el mismo, visto desde dos puntos de vista. El radiador que nos calienta el salón de casa está enfriando la caldera donde se quema el gas. La nevera de la cocina tiene en su parte trasera un aparato que extrae el calor del interior y lo cede al exterior mediante un radiador, refrigerando así los alimentos (el radiador cede calor porque está más caliente que el aire circundante). Entonces, si el cerebro fuera verdaderamente un refrigerador del cuerpo, ¿no debería estar más caliente, para así poder radiar calor al ambiente?

Este artículo nos lo envía Gonzalo Génova, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid. Aparte de mis clases de informática, también imparto cursos de humanidades sobre temas de filosofía de la tecnología y pensamiento crítico.

Además de usar las redes sociales de Naukas, si quieres comentar y debatir más a fondo puedes visitar mi blog De máquinas e intenciones (reflexiones sobre la tecnología, la ciencia y la sociedad), donde esta entrada estará disponible en un par de días.

NOTAS

[1] Aristóteles – Obra biológica (De Partibus Animalium, De Motu Animalium, De Incessu Animalium). Traducción del griego por Rosana Bartolomé, Introducción y notas por Alfredo Marcos. Madrid: Luarna Ediciones, 2010. Texto en inglés. Texto bilingüe griego-francés.

[2] Alberto Rábano. El “error” de Aristóteles: estructura y función del cerebro en los tratados biológicos. Neurosciences and History 2018, 6(4):138-143.

[3] Albert Arisó Cruz. Un marco aristotélico para las neurociencias. Daimon Revista Internacional de Filosofía, nº 59, 2013, 145-155.

[4] Andreas Jahn, Wibke Larink. El cerebro del pasado. Investigación y Ciencia – Mente y Cerebro 54:84–91, 2012.

[5] Dwayne Godwin, Jorge Cham. Aristotle Thought the Brain Was a Radiator (comic). Scientific American – Mind 24(5):76, 2013.

[6] Michał Oleksowicz. Aristotle on the heart and brain. European Journal of Science and Theology 14(3):77–94, 2018.

[7] Oddone Longo. Hot heads and cold brains. Aristotle, Galen and the “radiator theory”. Physis Rivista Internazionale di Storia della Scienza 33(1-3):259–66, 1996.