Uno de los “santos griales” de la ciencia ficción, y de la ciencia moderna, es el descubrir cómo funciona el cerebro. En décadas recientes hemos realizado avances espectaculares en dos temas: identificar áreas donde se realizan actividades específicas y utilizar las señales de salida para “traducirlas” al mundo.
Por ejemplo, por medio de escaneos de actividad cerebral hemos observado las regiones que se activan al usar la visión, o al disparar emociones, o al tomar decisiones. Y por otro lado, podemos registrar las señales eléctricas que emite, para trasladarlas a activadores que pueden mover extremidades robóticas, algo que era ciencia ficción en los 70s, cuando veíamos a Steve Austin y a Lindsay Wagner lograr poderes sobrehumanos con sus brazos y piernas biónicas.
Hoy en día todas esas fantasías son realidad: podemos controlar manos y pies robótcos, tener ojos que permiten a ciegos ver por primera vez, y movernos en sillas de ruedas inteligentes que reconocen nuestros comandos a través de movimiento de la cabeza ó los ojos.
Sin embargo hay un escenario de la ciencia ficción de la que aún estamos bastante lejos: leer la mente y almacenar la memoria.
En la primera hemos hecho progreso: sabemos más o menos dónde se localizan los “bancos de memoria” del cerebro y podemos ver cómo se activan. Además, hemos sido capaces de “limpiar” las señales del cerebro de forma que las podemos empezar a traducir a imágenes, sonido o texto, aunque de forma muy limitada.
Todos estos avances nos permiten poco a poco saber “qué es” el pensamiento, digamos, por lo menos en la parte medible. Pero de ahí a poder dominarlo y manipularlo al estilo de la ciencia ficción, y en especial manipular la memoria, aún falta mucho. Veamos algunos escenarios que han sido imaginados en las últimas seis décadas:
Una de las primeras historias de este tipo es también una de las más visionarias. En We can remember it for you wholesale (1966) el maestro Philip K. Dick imagina un futuro en el que empresas comerciales pueden no sólo ofrecerte unas vacaciones de aventura en una realidad virtual, sino que pueden ir mucho más allá e insertar memorias falsas, indistinguibles de las reales. La forma de hacerlo es mediante una interfase directa con las computadoras donde están guardadas todas las simulaciones que se pueden escoger. Esta novela fue la inspiración de la película clásica Total Recall (1990).
The Phantom of Kansas (1976) es un cuento corto de John Varley con uno de los cuestionamientos más fascinantes a nuestra esencia como humanos. Resulta que en el futuro, la gente es “inmortal”: tienes siempre un clon tuyo guardado en un edificio especial, y además tienes una interfase en la cabeza, que te permite ir cuando quieras al Banco de Memorias, y depositar ahí tus experiencias más recientes. De modo que si eres atropelllado y mueres, simplemente toman tu memoria, la insertan en tu clon y te “despiertan” para seguir con tu vida como si nada. Algunas veces hay problemas porque puede ser que al morir, no has ido a descargar memorias durante todo un mes, así que todo ese último mes de tu vida se pierde. Pequeño precio a pagar por la inmortalidad.
En la historia el protagonista se pierde y es dado por muerto, de modo que se sigue el procedimiento de revivirlo con su clon, pero… un momento. Meses depués regresa tras haber estado aislado en el desierto y se encuentra que existe otro ser, con sus mismas memorias, que ha usurpado su vida. Uno de los cuestionamientos más profundos acerca de qué constituye la esencia humana.
La historia The George Dunlap Tape (Joel Bruce Robin, 1979; adaptada para cine como Brainstorm, en 1983) inaguró otra línea de custionamiento. En ésta, lo que se graba son experiencias, que pueden ser compartidas y experimentadas de forma exacta por cualquier otra persona. En Brainstorm vemos la fase experimental, que toma un giro siniestro cuando la experiencia registrada es la de la muerte de una persona, y la grabación se vuelve tóxica.
El tema ha sido retomado varias veces, imaginando por ejemplo la tecnología ya madura y en etapa comercial, como en Blue Champagne (John Varley, 1981) adaptada a un episodio de la serie Welcome to Paradox (1985), en la que hay gente famosa que vende sus experiencias. O bien en Strange Days (James Cameron, Jay Cocks; 1995) en donde la tecnología está prohibida y existe un mercado negro de grabaciones de experiencias de todo tipo.
En el trágico episodio de The Twilight Zone, The Mind of Simon Foster (J. Michael Straczynski, 1989) el protagonista con severos problemas financieros, se ve obligado a vender partes de su memoria en el mercado negro, para disfrute de otros.
De manera parecida, está el tema de vender directamente tu cerebro como un disco duro donde criminales, grupos underground y todo tipo de gente de dudosa reputación pueden guardar información y moverla de forma segura de un lugar a otro. El problema es que para poder ofrecer tu cerebro para estos menesteres, debes hacer espacio, y eso significa borrar grandes partes de las memorias de tu vida. Este es el concepto de la genial historia Johnny Mnemonic, de William Gibson (1981; adaptada al cine en 1995).
Todas esas historias tienen en común que la persona interactúa directamente con una máquina como un scanner, que puede leer, almecenar o alterar su memoria. En tratamientos más recientes se han explorado otras opciones. Por ejemplo en la novela Memory (Lois McMaster Bujold, 1996), un agente biológico descompone un chip que todo mundo tiene implantado en su cuerpo, y causa que el protagonista empiece a tener memorias falsas de manera aleatoria. Y en la historia Solitaire (Kelley Eskridge, 2002; adaptada a cine como OtherLife, 2017) una investigadora desarrolla una combinación de droga y software que puede manipular memorias y además tener “vida acelarada”, pudiendo vivir un año de experiencias en la mente, en sólo un minuto de tiempo real. Por supuesto, hay intereses que les gustaría usar esta tecnología para fines muy distintos de los que ella había imaginado.
He aquí de nuevo la ciencia ficción haciéndonos preguntas trascendentes: es probable que todas estas tecnologías se conviertan en realidad en el futuro. La cuestión es, ¿estamos preparados para repensar de forma profunda nuestras concepciones éticas y hasta nuestras nociones de qué nos hace realmente ser humanos?
Nací en México y vivo en China desde el 2000, donde estudié idioma e historia, y luego fui investigador visitante en el Centro Internacional Wan Lin Jiang de Economía y Finanzas, así como profesor de economía e historia para extranjeros en la Universidad de Zhejiang. Actualmente dirijo el Mexico-China Center y doy conferencias acerca de ciencia y cooperación tecnológica internacional.