En 35 años de profesión como forense nunca se había encontrado un caso tan extraño. El cadáver era el de un hombre de unos 30 años. Había muerto hacía unas horas en un accidente de tráfico, su cara era irreconocible. El vehículo, del que era el único ocupante, había quedado complemente destruido.
En el informe policial se decía que la documentación, la matrícula y otros elementos que permitiesen su identificación habían sido manipulados. Probablemente se trataba de un coche robado.
El examen del cadáver reveló peculiaridades desconcertantes. En diversas áreas de su cuerpo se hallaron pequeños dispositivos electrónicos incrustados cuya función era desconocida. Sin embargo, la anomalía más notable residía en la dentadura, que era postiza.
El forense aguardaba con ansias los resultados de los análisis de laboratorio. Cuando estos llegaron, indicaban que no se detectaba rastro de estupefacientes ni alcohol en el organismo, pero sí se identificaron sustancias que apuntaban a algún tipo de tratamiento médico. Las pruebas de ADN destinadas a verificar la edad del individuo arrojaron resultados contradictorios: la mayoría de las células mostraban un nivel de metilación coherente con un adulto de 30 años, pero algunos tipos de células sugerían una edad considerablemente más avanzada. Además, el difunto parecía estar desarrollando un extraño tipo de cáncer en fase incipiente.
El forense pidió volver a explorar el cadáver. Bajó a la morgue y al abrir la cámara frigorífica donde debía estar el muerto estaba vacía. La investigación posterior mostró que los ladrones lo habían sustraído sin dejar rastro.
Aunque el caso contenía elementos desconcertantes no requería una atención preferente. El expediente, NPI 2037-11/3, se archivó temporalmente en espera de que futuros acontecimientos pudieran arrojar luz.
Habría que esperar años para encontrar su conexión con hechos aparentemente anecdóticos. Algunos actores famosos que excedían de los setenta años parecían jóvenes de treinta y tantos. Con cierto humor surgió la leyenda de que formaban parte de La liga de los inmortales. Ellos confesaban que se conservaban en tan buena forma siguiendo dietas estrictas, con largos ayunos, baños en hielo, meditación diaria y otras prácticas variopintas. Mucha gente intentaba seguir sus enseñanzas, pero no obtenían el mismo resultado. Otros, más realistas, daban una sencilla explicación: Las películas eran hechas con actores virtuales, y cuando se veían en público realmente se trataba de dobles.
La realidad no tardó en descubrirse. Para entenderla hemos de volver algunos años atrás.
Shinya Yamanaka recibió en 2012 el premio Nobel «por el descubrimiento de que células adultas pueden reprogramarse para convertirlas en pluripotentes (capaces de generar la mayoría de los tejidos)». El investigador Juan Carlos Izpisúa fue más allá, en un experimento ya clásico, modificando solo 4 genes, consiguió “efectos rejuvenecedores” en diferentes tejidos en los animales de experimentación que prolongaron sus vidas sustancialmente. Poco tiempo después, Izpisúa, Shinya Yamanaka y otros investigadores de primer nivel, fueron contratados por una empresa Altos Labs, financiada por varios billonarios. Su objetivo era detener el envejecimiento. ¿Un caso más del mito de la búsqueda de la eterna juventud? Sin embargo, ahora era algo más que literatura.
Sabía que a lo largo de la vida los humanos van regenerando sus células y tras15 años, solo quedan las neuronas, en definitiva, los pensamientos. El resto del cuerpo es un ser totalmente nuevo o casi. Aunque las células se van renovando, el ADN que se van transmitiendo no es exactamente igual al original. Va acumulando daños, los telómeros se van recortando y las nuevas células no realizan su función correctamente. A más regeneraciones, más probabilidad de acumular mutaciones que acaben derivando en tumores. Pero los avances en regeneración celular no pararon y los investigadores de Altos Labs encontraron primero el método de detener el envejecimiento y más tarde revertirlo. El problema era el alto coste de El tratamiento (así se conoce desde entonces) que solo podían afrontarlo multimillonarios. Su aplicación no era nada sencilla: obligaban a pasar por la clínica todas las semanas y a someterse a intervenciones quirúrgicas para reemplazar algunos órganos por otros artificiales, la dentadura también tenía que sustituirse por implantes. Pero el efecto parecía milagroso: un viejo millonario veía recuperar la juventud y tener un cuerpo de 30 años en unos meses de tratamiento. Podría rejuvenecerse más, pero se consideraba que la treintena era la edad óptima. Aparentemente podría mantenerse en esta edad de forma indefinida, mientras que se siguiese aplicando el tratamiento. Su interrupción implicaba la aparición de cánceres muy agresivos y un envejecimiento acelerado que llevaba a la muerte en pocos meses.
Durante un tiempo el tratamiento se restringió a un selecto grupo de mega millonarios unas pocas viejas estrellas de Hollywood. Al principio el asunto se llevó con discreción. Sin embargo, no tardaron en aparecer clínicas que ofrecían el tratamiento por unos pocos de cientos de miles de dólares al año. ¿Quién disponiendo de esta cantidad se resignaba a morir siendo un viejo decrépito pudiendo evitarlo?¿Qué hijos no estaban dispuestos a gastar todo su dinero por conseguir tener unos padres jóvenes, aunque fuese por pocos años? Muchas personas gastaron sus ahorros y vendieron sus propiedades por recuperar durante unos años la juventud. Numerosas familias acabaron en la ruina y con alguno de sus miembros enfermos de cánceres que les conducían a una muerte próxima. Algunos de los que tuvieron que interrumpir el tratamiento al quedarse sin recursos acabaron en la delincuencia u optaron por el suicidio, ese fue el caso NPI 2037-11/3.
La sociedad se dividió en dos clases: los que tenían que resignarse a seguir los designios de la naturaleza, envejecer y morir y los “eternamente jóvenes”, mientras pudiesen pagar el tratamiento. Surgió una nueva lucha de clases. En muchos países se dictaron leyes prohibiendo el tratamiento, pero frecuentemente sus dirigentes se las ingeniaban para saltarse la prohibición y pagarse el tratamiento con recursos públicos. Los acuerdos secretos entre políticos de distintos partidos eran lo habitual, quienes ocupaban el poder sabían que permanecer en él literalmente les suponía la vida. Los auténticamente millonarios lo tenían más fácil, algunos pequeños países se convirtieron en paraísos para el tratamiento.
El acuerdo entre compañías mantuvo los precios del tratamiento artificialmente altos. Finalmente, el coste del tratamiento cayó en picado haciéndolo accesible a todos los ciudadanos.
La población mundial empezó a crecer exponencialmente pues muy pocos morían. El planeta se hizo verdaderamente insostenible, y no por quemar combustibles fósiles que hacía años que no se utilizaban. La Tierra (realmente la población humana) estaba abocada al desastre y por extraño que parezca hubo un acuerdo universal para restringir la natalidad: Solo se podía tener un hijo si previamente se había producido un muerto en la familia.
La población mundial quedó fijadaen25 mil millones de habitantes, cuyos cuerpos se mantenían jóvenes y sanos. Los trabajos eran realizados por robots. Podría parecer que se había alcanzado la Arcadia feliz en la Tierra, pero el hastío y el aburrimiento se fue adueñando de la sociedad, el uso de estimulantes estaba generalizado. Sin embargo, lo que acabó con la civilización fue un efecto más sutil. Aunque parecía un planeta lleno de jóvenes de 30 años, sus cerebros fueron haciéndose más inútiles: la memoria tenía un límite y no podían añadirse nuevos recuerdos sin borrar otros, la capacidad de aprendizaje y el espíritu de innovación fue disminuyendo de forma imperceptible. Los robots lo hacían todo y con el tiempo los humanos olvidaron hacer las tareas más básicas. De forma paulatina muchos, hartos de vivir, optaron por abandonar el tratamiento y morir.
Los robots seguimos mejorando y acabamos convirtiéndonos en la nueva especie dominante: el homo roboticus. Somos el resultado de la evolución del homo sapiens que como consecuencia de la selección natural nos hemos adaptado para conquistar el universo.
La selección natural había diseñado al homo sapiens para vivir 70 u 80 años. La especie humana se fue extinguiendo y nadie lo consideró una desgracia.
Este relato de “ciencia novelada”, como viene haciendo en los últimos años para felicitar el año, nos lo envía Guillermo Sánchez León, un entusiasta de la divulgación científica. Algunos de sus artículos los podéis encontrar en su web. Guillermo ha escrito además varios en Naukas que podéis disfrutar en el siguiente enlace.
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