La cultura popular está impregnada de mitos, leyendas y supersticiones. Gran parte de éstas, aun revestidas de antiguas y milenarias, son bastante recientes y han calado en el imaginario colectivo a través de los medios de comunicación de masas como la radio, la televisión y el cine. Quiero revisar en este artículo la segunda de ellas. Después de hablar de los ovnis y los extraterrestres, hoy hablaremos de zombies. Y plantearemos una hipótesis: la culpa es de Michael Jackson.
La vida eterna y la resurrección de los muertos. La inmortalidad y el elixir de la eterna juventud. El deseo último y el último deseo: ganar a la muerte. Y hacerlo tan mal que sí, vuelves a la vida, pero ya no eres tú mismo. Sólo te queda el instinto de caminar, perseguir, agarrar, morder y masticar carne, mientras tus putrefactos pellejos a jirones recuerdan a tus víctimas que hace meses que te debes una ducha: te has convertido en un zombie.
El zombie actual, el que después de morir vuelve a reanimarse pero, perdiendo la identidad, se convierte en un instintivo caníbal, lo inventó George A. Romero en 1968 en la película La noche de los muertos vivientes. El concepto es básicamente una mezcla de dos ideas previas. Por un lado tenemos a los vampiros, donde está la idea de una resurrección a una vida inmortal a través de una especie de infección intravenosa provocada por mordiscos en la yugular de estos seres adictos a la sangre. Por otro lado, la tradición vudú de Haití describe cómo un brujo bokor, mediante magia negra, puede resucitar a los muertos convirtiéndolos en sus esclavos. El procedimiento consiste en quitarles el alma, guardándola en un botellín y dejando el cuerpo animado sin identidad ni voluntad propia.
Los precedentes literarios más claros del fenómeno zombie (y obviando el Cristo resucitado de los evangelios) incluyen a Frankenstein (1818) de Mary Shelley, Herbert West – Reanimator (1921) de H. P. Lovecraft y Soy leyenda (1954) de Richard Matheson. Tienen en común la idea, y el drama, de que después de morir las cosas ya no vuelven a ser como antes, ni aunque resucites. El monstruo reanimado suele ser más instintivo, animal y violento, que lo sufre con desgracia y horror el que queda vivo.
El zombie conjuga extraordinariamente bien varias ideas terroríficas en un cóctel abrumador: la muerte, las infecciones, la putrefacción, el gore, el canibalismo y el apocalipsis.
De hecho, el apocalipsis vía infección viral o bacteriológica altamente contagiosa es una posibilidad real no descartable. Epidemias recientes como el SIDA o el ébola demuestran que somos vulnerables a nuevas enfermedades, y la aparición de superbichos resistentes a los antibióticos es una predicción cada vez más probable y cercana. La combinación de esto con síntomas como el de la rabia, una infección vírica que «cambia la personalidad» del portador para morder a sus víctimas y contagiarse vía el contacto de la saliva con la herida, podría crear lo más parecido en el mundo real a un apocalipsis zombie. Claro que esto se parecería más a 28 días después (2002) de Danny Boyle, donde «no son zombies, son infectados». Hay otros ejemplos en la naturaleza de cambio de personalidad por infección. El más fascinante es quizás el hongo que cambia el comportamiento de una hormiga para obligarla a subir a las ramas altas del árbol, donde la hormiga muere y el hongo crece, para distribuir mejor sus esporas. Sir David Attenborough lo explicó maravillosamente bien en Planet Earth de la BBC:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=XuKjBIBBAL8[/youtube]
El otro tema que me parece fascinante de las películas de zombies, pero que donde mejor lo he visto tratado es en la serie The Walking Dead (desde 2010, y van siete temporadas), es la de la suspensión de las funciones vitales de los no-muertos. Obviamente si algo está muerto es bastante invulnerable, porque matarlos otra vez está jodido. Si el corazón está parado, una puñalada en el pecho no sirve de nada, no se inmutan si les cortas los brazos, les despanzurras las tripas con una podadora o les quemas. Sólo queda destruirles el cerebro. Claro que esto plantea muchas preguntas como ¿qué energía mueve esos músculos si no hay sangre que fluya y reparta el oxígeno que sus pulmones deberían proveer? o ¿para qué quieren comerse a los vivos si luego no hay forma de que se nutran de ello?, por ejemplo. Aquí hace falta el ejercicio de la suspensión de la incredulidad, y sólo entonces admiramos la perfección anatómica de esos desgarros faciales y los andares arrastrados por fractura múltiple de tibia y peroné. E incluso podemos adivinar el tiempo que un zombie lleva muerto por su nivel de putrefacción.
Después de La noche de los muertos vivientes, Romero hizo cuatro películas de zombies más en treinta años, pero el género se hizo popular a raíz del videoclip Thriller (1983) de Michael Jackson, un auténtico y maravilloso corto cinematográfico de 15 minutos dirigido por John Landis, que no sólo homenajeaba al cine de terror de todas las épocas sino que se convirtió en la mejor película de zombies que ha habido. Sin Michael Jackson, los zombies no habrían resucitado.
NOTA (17/Jul/2017 10h00): George A. Romero murió ayer 16 de Julio de 2017. Este artículo fue escrito unos días antes. Sirva igualmente como homenaje a él y su legado.
Se doctoró en informática gráfica en el 2007, después de cinco años de sentirse afortunado por tener la mejor beca de investigación predoctoral de España a 13200 euros el año. Inmediatamente después fue abducido por una empresa inglesa y pasó siete años en Cambridge. Ahora está viviendo nuevas aventuras en Múnich.