Si me como un chuletón, ¿estoy matando al planeta?

Por Colaborador Invitado, el 24 octubre, 2019. Categoría(s): Biología • Divulgación • Ecología

Prácticamente a diario nos encontramos con noticias de prensa que alertan de los peligros que suponen para la Tierra los gases de efecto invernadero (GEI) que emiten las vacas. Pueden ver algunos ejemplos aquí o aquí. Según la mayoría de estos titulares, el consumo de ternera es una de las principales causas del calentamiento global, así que, para evitarlo o al menos reducirlo substancialmente, deberíamos abstenernos del consumo de carne de vacuno (y leche).

Otro argumento que habitualmente hallamos en los media se refiere a la cantidad de agua necesaria para producir 1 Kg de carne bovina y que supera los 15.000 L /Kg

¿Qué hay de cierto en ello?, asomémonos a los datos científicos, para huir de titulares que pretenden reducir materias harto complejas a una frase simple y, por lo general, alarmista.

Los rumiantes tienen un sistema digestivo único: tienen un estómago con 4 cavidades y la mayor de ellas, el rumen, es un auténtico laboratorio lleno de bacterias, hongos y protozoos que les permite digerir la celulosa (el polisacárido que forma las paredes de las células vegetales, lo que comúnmente llamamos como fibra vegetal) y obtener de ella los azúcares y ácidos grasos volátiles que necesitan para la vida.

Figura 1: El rumen es un laboratorio lleno de microorganismos capaces de romper la celulosa y convertirla en elementos nutricionales clave que permiten al animal crecer, producir leche y lana.

La celulosa es la molécula orgánica más frecuente del planeta y constituye el 50% de la composición de la madera o el 90% de la composición del algodón.

Algunos herbívoros como los caballos o conejos poseen bacterias en el ciego que segregan enzimas capaces de romper la celulosa también, pero ningún animal tiene la capacidad, la especialización que poseen los rumiantes. Cuando éstos digieren la celulosa, uno de los productos resultantes es el gas metano (CH4) que las vacas eliminan en forma de eructos durante la rumia.

Y aquí es donde comienzan los problemas para vacas, ovejas y cabras porque este gas tiene un potente efecto invernadero y es uno de los responsables del calentamiento global. Hay que advertir, no obstante, que los rumiantes domésticos no son la única, ni siquiera la más importante fuente de metano atmosférico, otras fuentes las hallamos en las selvas, los humedales, las turberas, los rumiantes silvestres, los combustibles fósiles, el gas natural, el fracking, los campos de arroz e incluso las termitas (que también rompen la celulosa para digerir la madera de la que se nutren).

En primer lugar, conviene puntualizar que del total de emisiones de los distintos GEI, el metano supone un 16% del total. Y de ese total las fermentaciones digestivas de los rumiantes suponen un 16%, como puede verse en la siguiente gráfica:

Figura 2: % de emisiones totales de metano a causa de distintas fuentes. La digestión del ganado supone un 17% del total a nivel global.
Figura 3: Molécula de metano: un carbono central con 4 átomos de hidrógeno.

¿Cuál es la contribución del metano al efecto invernadero? Hay una comparación aceptada por la comunidad científica que se denomina Potencial de Calentamiento Global (PCG) y que compara la cantidad de energía que absorbe un determinado gas durante un determinado tiempo en comparación a esa misma cantidad de CO2. En general, se mide el PCG a 100 años. El PCG del CO2 es 1 y a partir de él se calcula el de los demás gases. Así el metano tiene un valor de PCG 100 años de 28. Es decir, el metano tiene una capacidad de retener calor en la atmósfera a 100 años 28 veces superior a la del CO2. Por tanto, desde esta perspectiva la reducción de emisiones de metano resultaría una estrategia muy importante para mitigar el calentamiento global y, por tanto, la disminución del consumo de carne vacuna un punto relevante.

Sin embargo; no termina aquí la historia. El metano es un gas muy particular y si lo comparamos con el CO2 en un período de 100 años, posiblemente, como explica un reciente estudio de la universidad de Oxford, nos lleve a conclusiones precipitadas y, posiblemente, incorrectas.

El CO2 emitido permanece en la atmósfera más de mil años, el metano en torno a 10. Por ello, utilizar como base una comparación a 100 años entre ambos gases no es adecuado. Una vez el metano de las vacas llega a la atmósfera se convierte en CO2 después de reaccionar con radicales hidroxilo (OH) presentes allí, pero este CO2, es el mismo que utilizan las plantas para hacer la fotosíntesis, es decir, es rápidamente secuestrado, detraído de la atmósfera para convertirse nuevamente en celulosa y ser utilizado por los rumiantes una vez más. Por lo tanto, si un rebaño de rumiantes no aumenta de tamaño, mantiene fijo el número de animales, el impacto de ese rebaño sobre el calentamiento global es cero. Por el contrario, si el metano llega de parte de un combustible fósil como el gas natural o el fracking, ese metano no forma parte del ciclo natural, supone un incremento en la cantidad total de metano que hay en la atmósfera y sí contribuye de forma neta al calentamiento de la atmósfera.

Figura 4: Ciclo del Carbono: A diferencia de otros gases de efecto invernadero, el metano se degrada en la atmósfera como CO2. Este CO2 forma parte de un ciclo y no es aditivo pues lo usarán las plantas para su propio crecimiento. Si el metano llega mediante una fuente fósil se produce un exceso del mismo ya que no forma parte del ciclo natural y las plantas y mares no tienen capacidad para absorberlo.

Por otra parte, el ganado que pasta, y la inmensa mayoría de los rumiantes en el mundo pastan, contribuye a que se fije más CO2en el suelo, proceso conocido como secuestro de carbono. Debe tenerse en cuenta que los pastos y los rumiantes han co-evolucionado y se influyen mutuamente. Todo está interconectado: la cantidad de carbono en el suelo influye sobre la capacidad de retención de agua del mismo, lo que, a su vez, determina el crecimiento de la cubierta vegetal. Esta cubierta impactará el ritmo de transpiración y eliminación de vapor de agua que, a su vez, influirá sobre la formación de radicales OH y, por ello, sobre la oxidación del metano, su conversión en CO2 y su uso por parte de las plantas que mediante la fotosíntesis lo reconvierten en materia vegetal.

Numerosos estudios prueban que el uso adecuado del ganado que pasta aumenta considerablemente el nivel de carbono que un suelo puede llegar a secuestrar, detrayendo así, GEI de la atmósfera.

Por otra parte, los rumiantes producen estiércol que reduce la necesidad de síntesis química de abonos, con la consiguiente reducción de emisión de gases.

Es importante reseñar también que las emisiones de metano por parte de los rumiantes son mucho más altas en ciertas partes del mundo que en otras. Por poner un ejemplo, en los EE.UU. hay hoy menos vacas lecheras de las que había en los años 40, aunque la producción lechera se ha multiplicado casi por 6 desde entonces y se sitúa en unos 35 L/día.

Por el contrario; las vacas de la India, donde no comen su carne al ser éstas sagradas para la religión mayoritaria de aquel país, producen en torno a 3 L/día y tenemos allí unos 300 millones de vacas.

Sería por tanto posible, dejando para este ejercicio consideraciones religiosas al margen, reducir significativamente el número de animales y producir la misma cantidad de leche o carne aplicando mejoras en nutrición, genética y sanidad, tal y como se hace en los países más desarrollados.

Figura 5: A la izquierda gráfica que muestra nivel y evolución de gases de efecto invernadero (CH4 y N2O) en los países en vías de desarrollo. A la derecha, ese mismo dato en los países desarrollados.

 

Figura 6: Al aumentar la producción lechera de cada vaca debido a mejoras sanitarias, genéticas y nutricionales, el número total de estos animales ha descendido en los países más desarrollados.

Téngase en cuenta, por otra parte, que prácticamente el 90% de lo que come una vaca no es aprovechable para nuestra dieta. Por lo tanto, sin los rumiantes, esas fibras vegetales: tallos de maíz, semillas de algodón, peladuras de frutas y un largo etcétera deberían ser destruidos. Esos procesos también emitirían gases de efecto invernadero y los evitamos gracias a los rumiantes.

De hecho, si se eliminasen todos los animales de producción de los EEUU, la reducción de gases de efecto invernadero sería sólo de un 2.6%, tal y como demuestra un estudio de la universidad de Virginia.

Como mencionába al comienzo del artículo, otro punto sensible es el uso de agua necesario para obtener un kilo de carne. Los medios insisten en sus grandes cabeceras que un kilo de ternera necesita de más de 15.000 L de agua para producirse (ejemplo).

Pero veamos en detalle qué hay detrás de estos números para hacernos una idea completa de la situación, difícilmente resumible en un titular.

Según la UNESCO, y su instituto para la educación relativa al agua, del total del líquido elemento utilizado en todos los procesos agrícolas, un 29% es utilizado por el ganado (todo tipo de ganado). Lo que sucede es que, de acuerdo a este mismo instituto, el 87% de ese agua que usan los animales procede de la lluvia (es lo que los expertos denominan agua verde), es decir, es un recurso que forma parte del ciclo del agua y que no se pierde, se recupera siempre, haya o no ganado que se la beba.

Figura 7: el agua de lluvia forma parte del ciclo del agua. Ese recurso no se pierde y siempre regresa.

El 13% restante lo constituyen el agua azul, presente en los acuíferos y el agua gris, agua contaminada en procesos urbanos e industriales. Su uso es parte del reciclaje del agua.

Figura 8: Uso de distintos tipos de agua por distintas especies ganaderas en Italia y a nivel global.

Teniendo en cuenta los factores arriba mencionados, podemos concluir (de hecho concluyen relevantes autores) que el uso real de agua para hacer 1 Kg de ternera oscila entre 2-540 L/Kg según el modelo productivo del ganado.

Evidentemente el sector debe seguir trabajando para reducir el impacto de las emisiones de gases y del uso del agua. Hay voluntad para ello y medios técnicos –ya hemos visto las diferencias entre países más y menos desarrollados-

Resulta obvio también que no hay actividad neutra y que, la agricultura en general y la ganadería en particular tienen su impronta en el medio.

Ahora bien, los datos no muestran que debamos demonizar a un tipo de producción animal y su producto. Las vacas estaban aquí mucho antes que nosotros (no hay más que ver las pinturas rupestres de Altamira) y su impacto en el aumento de las emisiones es reducido y manejable. No todos los sectores pueden decir lo mismo.

Así que si se animan con un chuletón, sólo me queda decirles: ¡Buen provecho!


Este artículo nos lo envía Juan Pascual (podéis seguirlo en twitter @JuanPascual4 o linkedn). Me licencié en veterinaria hace unos cuantos años en Zaragoza y he desarrollado mi vida profesional en el mundo de la sanidad animal, de ahí mi interés en divulgar lo que los animales aportan a nuestro mundo actual. Soy un apasionado de la ciencia. Creo que es fundamental transmitir el conocimiento científico de una manera sencilla para que los jóvenes se enganchen pronto y para que la sociedad conozca más y mejor lo mucho que la ciencia aporta a nuestro bienestar. Viajar es otra de mis pasiones junto con la literatura, que no deja de ser otro modo de viajar.

Puedes leer todos sus artículos en Naukas en este enlace.


Bibliografía:

Michelle Cain, Myles Allen, John Lynch. Net zero for agriculture. (University of Oxford) Published by the Oxford Martin Programme on Climate Pollutants

Robert W. Howarth. Ideas and perspectives: is shale gas a major driver of recent increase in global atmospheric methane? Biogeosciences, 2019

Stanley et al. Impacts of soil carbon sequestration on life cycle greenhouse gas emissions in Midwestern USA beef finishing systems. Agricultural Systems. Volume 162, May 2018, Pages 249-258

J.R.Knapp Invited review: Enteric methane in dairy cattle production: Quantifying the opportunities and impact of reducing emissions. Journal of Dairy Science. Volume 97, Issue 6, June 2014, Pages 3231-3261

Paul J. Crutzen, Ingo Aselmann & Wolfgang Seiler (1986) Methane production by domestic animals, wild ruminants, other herbivorous fauna, and humans, Tellus B: Chemical and Physical Meteorology, 38:3-4, 271-284

Gregory J. Retallack. Global Cooling by Grassland Soils of the Geological Past and Near Future Department of Geological Sciences, University of Oregon, Eugene, Oregon 97403; email: gregr@uoregon.edu Annu. Rev. Earth Planet. Sci. 2013. 41:69–86

G. Ledyard Stebbins Source: Annals of the Missouri Botanical Garden, Vol. 68, No. 1 (1981), pp. 75-86 Published by: Missouri Botanical Garden Press Stable URL: http://www.jstor.org/stable/2398811 Accessed: 14/04/2010 12:46

Robin R. Whitea. Nutritional and greenhouse gas impacts of removing animals from US agriculture. PNAS November 28, 2017 114 (48) E10301-E10308

Bradley G. Ridoutt et al. Water footprint of livestock: comparison of six geographically defined beef production systems. The International Journal of Life Cycle Assessment. February 2012, Volume 17, Issue 2, pp 165–175

Greg M. Peters et al. Accounting for water use in Australian red meat production. The International Journal of Life Cycle Assessment. March 2010, Volume 15, Issue 3, pp 311–320| Cite as

 

Otra bibliografía consultada :

https://www.nasa.gov/feature/jpl/nasa-led-study-solves-a-methane-puzzle

https://www.sciencedaily.com/releases/2019/08/190814090610.htm



Por Colaborador Invitado, publicado el 24 octubre, 2019
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