Radiografía del negacionismo de las invasiones biológicas

Por Vary (Á. Bayón), el 29 noviembre, 2021. Categoría(s): Biología • Ecología • El cuaderno de Wallace • Tituláridos

Recientemente ha salido en El Diario un artículo con el título «¿Las especies exóticas invasoras serán la salvación de la naturaleza?«. El titular expresado entre interrogantes invita automáticamente a invocar la conocida como Ley de Betteridge, pero cuando abrimos el cuerpo de la noticia encontramos que, lejos de encontrar una respuesta contundentemente negativa —como debería ser en realidad—, el artículo es un compendio de despropósitos que podrían llegar a calificarse con el término «negacionista». En este caso particular, negacionismo de las invasiones biológicas.Titular Diario.es

Pero no es algo nuevo. El libro al que la autora alude en el artículo, «¿De dónde son los camellos?«, de Ken Thompson, tiene ya unos años, y llevaba tiempo queriendo hablar sobre él. Así que aquí estamos.

Como recordamos de mi artículo en Naukas «Pero… ¿Qué es una especie invasora?«, el primer paso que hace que una especie lo sea es el transporte. Este ha de ser causado, sea accidental o deliberadamente, por la mano humana. Así que cuando hablamos de invasiones biológicas, estamos hablando de un suceso antropogénico.Esa es la principal crítica que tienen algunos autores como Thompson; que los ecólogos no incluimos en el proceso de naturalización e invasión a las especies que acceden mediante procesos naturales de colonización. Es una forma muy antropocéntrica de ver el proceso, como si solo nosotros fuésemos los causantes, como si solo nosotros pudiéramos llevar una especie a un lugar nuevo donde nunca estuvo, cuando en realidad las especies, de forma natural, se desplazan y colonizan nuevos territorios. Y es algo que lleva sucediendo desde que existe la vida.Si uno lo piensa bien, es como decir que no tiene sentido hablar del cambio climático antropogénico, porque es asumir que solo nosotros podemos cambiar el clima, cuando es un sistema físico que, como tal, es cambiante, extraordinariamente cambiante, y que lleva cambiando desde que el mundo es mundo.Pero no nos engañemos. Es cierto que durante la historia de la vida ha habido una enorme cantidad de cambios climáticos, como también ha habido grandes eventos de colonización por parte de las especies hacia nuevos ecosistemas. Pero el cambio climático que estamos sufriendo hoy tiene una importancia distinta al que tenían los que han sucedido en el pasado. Por su mayor velocidad y magnitud, por sus causas y por sus consecuencias. Así y todo, existen personas que son negacionistas de ese cambio climático antrpogénico —sí, negacionistas en el sentido más literal de la palabra: en ciencia tenemos bastante claro que es, de hecho, antropogénico, en tanto en cuanto el ser humano es, mediante sus actividades, el causante principal de ese cambio—.

Igualmente, nos encontramos en un mundo en el que, como vemos, también existen negacionistas de las invasiones biológicas y las alegaciones suelen ser las mismas: que los procesos de colonización de nuevos territorios han sucedido en nuestro planeta desde que existe la vida. Sin embargo, el hecho es que el transporte de especies por parte del ser humano tiene, también, una importancia distinta a los eventos de colonización naturales. Porque existe un sesgo en la selección de especies —del que podemos hablar otro día—, porque las barreras biogeográficas que atravesamos no podrían ser atravesadas por las especies por si solas, porque la velocidad a la que realizamos los transportes sería imposible para ellas, y porque la cantidad de ejemplares que transportamos es mucho mayor a la que podrían transportarse de forma natural.Hay un ejercicio que me gusta realizar con estudiantes, porque es muy sencillo de visualizar.Imaginemos cuatro baldes —también podrían ser aros, cartulinas, o, yo qué se, cajas de pizza, pero vamos a dejarlo en baldes por comodidad—, dos grandes y dos pequeños, en el suelo. Dos de los baldes, uno de los grandes y uno de los pequeños, están cerca, a no más de un metro y medio. Los otros dos baldes restantes, recordemos, uno grande y uno pequeño, están lejos, a 3 o 4 metros. Cada balde será una isla, y usted, lector, será un árbol que trata de dispersar sus semillas.

Taller de colonización de islas llevado a cabo durante el evento Desgranando Ciencia 4 (2018)

Pruebe ahora a tomar 50 avellanas —que puede sustituir por cualquier objeto pequeño que pueda lanzar; tapones de botellas es una buena opción— e intente arrojar 10 de ellas a cada uno de los baldes. Es evidente que es más fácil encestar los frutos en las islas grandes que en las islas pequeñas, y que también es más fácil llenar las islas que están cerca, que las que están lejos. El nivel de acierto en el balde grande y cercano será máximo, mientras que el número de avellanas que entren en el balde pequeño y lejano serán muy, muy pocas, si es que consigue que entre alguna. Queda claro, pues, que la mayor distancia y el menor tamaño de la isla receptora pueden considerarse como impedimentos que, en caso extremo, formen una barrera.

Como teníamos 50 avellanas, nos sobran 10. Así que ahora vamos a colocar una taza de café —o una cajita pequeña— a 12 metros de distancia. Le pregunto al lector. ¿Cree que sería usted capaz de acertar y que alguna de esas 10 avellanas se quede dentro de esa isla, que es tan pequeña y se encuentra tan lejos? Puede hacer la prueba y dejar los resultados en los comentarios, si quiere.Sin embargo, en esta nueva isla tenemos una trampa. Es una isla paradisíaca a la que nos gusta ir a veranear. En ella se han montado grandes resorts y se han llenado de jardines. La gente se lleva sus mascotas, y cuando llegan los buques cargados con las cosas que han comprado, vacían sus compartimentos de agua de lastre y los vuelven a llenar. En ese proceso introducimos nosotros las especies en la isla. No estamos arrojando diez avellanas a la taza de café que está a 12 metros de distancia, sino que estamos yendo hasta la taza de café, y metiendo en ella, cuidadosamente, todas las avellanas sin que se nos caiga ninguna.Es por ello que la mano humana tiene gran importancia. Somos un puente que permite… no, no solo permite, que facilita e incluso fomenta un transporte que de otro modo nunca habría podido suceder, o al menos, en una magnitud que no habría sucedido de forma natural. Esta es una de las formas en que esa barrera geográfica puede ilustrarse, por ser fácilmente comprensible y muy intuitiva, pero hay más. Grandes cadenas montañosas, anchos ríos, glaciares… pueden ser también barreras geográficas que impidan el paso de algunas especies.Porque cuando nos preguntamos «de dónde son los camellos», cuya distribución nativa es el centro de Asia, desde Afganistán, por el norte del Himalaya hasta Mongolia —no confundir con los dromedarios, que son los que encontramos en la mitad norte de África y la península arábiga; los camellos tienen dos jorobas, los dromedarios solo una—, sabemos que su origen evolutivo se encuentra en Norteamérica, y que fue durante las glaciaciones cuando algunos grupos atravesaron el istmo de Panamá poblando Sudamérica —dando lugar a lo que hoy conocemos como llamas, alpacas, guanacos y vicuñas— y otros cruzaron el entonces congelado estrecho de Bering entrando a Eurasia y, posteriormente, a África. Pero las escalas de tiempo son muy importantes: los estudios moleculares y el registro fósil nos indica que este evento de colonización comenzó hace unos 11 millones de años, y es evidente que estos animales no llegaron desde Norteamérica hasta Marruecos en días u horas —como podría suceder hoy si los transportamos en barco o en avión—, sino en miles, si no decenas o incluso cientos de miles de años. Tanto tiempo, de hecho, que tuvieron margen suficiente como para que la evolución biológica hiciera lo que mejor sabe hacer, y de un mismo ancestro común hoy terminásemos teniendo siete especies pertenecientes a tres géneros distintos: Vicugna, Lama y Camelus.

Ese proceso de colonización fue natural, pero además también fue lento, gradual, paulatino y daba a los ecosistemas la oportunidad de adaptarse a los nuevos inquilinos, así como a estos a adaptarse a aquellos. Pero cuando nosotros transportamos especies fuera de sus rangos nativos de distribución, lo hacemos de forma rápida, casi repentina, y muy masiva. Como sucede con el cambio climático antropogénico, el verdadero peligro en las especies invasoras no es que seamos los humanos los que las trans- portamos, sino la magnitud con la que lo hacemos. Es la diferencia entre cambios lentos, graduales y paulatinos, y cambios rápidos, bruscos y masivos.Y es que, aunque el autor mencionado lo niegue, las especies invasoras son a día de hoy la principal causa actual de pérdida de biodiversidad, por encima de cualquiera de los otros factores —incluido el cambio climático—. Y no es una afirmación gratuíta en modo alguno, sino que, a pesar de lo que Thompson deja caer, tenemos pruebas científicas de ello.

El número de especies recientemente extintas según UICN en cada grupo de plantas y animales. Se indican los impulsores de la extinción según sea causada por especies exóticas, especies nativas, ambas o ninguna de ellas. Fuente.

Una de las apreciaciones que hace Thompson en su volumen es que, con la rotura de las barreras biogeográficas estamos convirtiendo la biosfera en algo similar a lo que había durante el último gran supercontinente Pangea. El transporte activo de especies de unos lugares a otros actúa como puentes entre los distintos continentes.Pero, al margen de que yo no soy capaz de ver dónde está el punto positivo en eso, debemos recordar formación del supercontinente Pangea fue un proceso que duró cientos de millones de años, con continentes chocándose y fusionándose en masas de tierra cada vez más extensas de forma lenta y paulatina, mientras que el transporte masivo de especies no podemos decir que fuese significativo hasta ya entrado el siglo XV, y es realmente preocupante en el último siglo. De nuevo, tenemos la diferencia entre un cambio lento, gradual y paulatino, de un cambio rápido, brusco y masivo.

Y si algo nos enseña el estudio de la vida en la tierra, es que los cambios rápidos, bruscos y masivos raras veces terminan bien.



Por Vary (Á. Bayón), publicado el 29 noviembre, 2021
Categoría(s): Biología • Ecología • El cuaderno de Wallace • Tituláridos