La contaminación lumínica es un problema cada vez mayor. Así lo atestigua Johan Eklöf en Manifiesto por la oscuridad (Rosamerón, 2023), un libro divulgativo centrado en los peligros de la luz sobre la flora y la fauna. Según un estudio, la contaminación lumínica crece a un ritmo del dos por ciento anual. La naturaleza se resiente, de ahí que tengamos que reivindicar la oscuridad, no por una cuestión romántica, sino por simple sostenibilidad.
ANDRÉS LOMEÑA: ¿Cuándo le dio por prestar atención a este problema medioambiental? Habla de la desaparición de murciélagos debido a la luz de las iglesias, pero me gustaría saber cuándo fue la primera vez que pensó en la importancia de la oscuridad.
JOHAN EKLÖF: Creo que fue a finales de los noventa. Tenía una colega que investigaba la defensa de las polillas contra los murciélagos y descubrió que estas no oyen debajo de las farolas, lo que las convierte en un blanco fácil. Luego, ya en 2015, fue cuando empecé a observar a los murciélagos que viven en las iglesias. Así fue como descubrimos que los focos habían hecho que la mitad de las colonias suecas de murciélagos marrones de orejas largas desaparecieran.
A.L.: La mitad de los insectos son animales nocturnos, y usted escribe en particular sobre las polillas, pues tienen problemas para guiarse con la luna. Las plantas también sufren las consecuencias de la luz. ¿Qué argumentos podemos esgrimir para transmitir que todos padecemos el declive de la oscuridad?
J.E.: Uno podría ser que la muerte de los insectos del mundo actual se da en parte porque hay demasiada luz. Y sin insectos el mundo no será el mismo. Otro es que las personas también sufren la contaminación lumínica. La luz interfiere con nuestra hormona del sueño (la melatonina), lo que nos provoca estrés y nos hace sensibles a las patologías producidas por alteraciones hormonales. Es como si tuviéramos jet lag todo el tiempo.
A.L.: Siento que esta lucha es similar a la del cambio climático: nos quedamos sin tiempo y no hacemos lo suficiente. ¿Deberíamos ser más radicales y actuar con más contundencia?
J.E.: Sí, así lo creo. Necesitamos proteger la noche. Eso no significa que tengamos que apagar las luces en todas partes y para siempre. Sería un gran avance si usáramos la luz solo cuando la necesitemos y la apagáramos cuando no nos haga falta. Podemos apagar la luz cuando nos vamos a dormir; del mismo modo, el parque de una ciudad solo necesita las farolas encendidas cuando hay alguien. Podemos usar temporizadores y sensores de movimiento. También podemos proteger la luz para que no se propague y usar temperaturas de color más cálidas. Por ejemplo, la luz roja es un poco más respetuosa que la blanca.
A.L.: ¡Carpe noctem!
J.E.: Hasta ahora, todos los animales (y plantas) que se han estudiado han mostrado una respuesta a la contaminación lumínica: la luz puede alterar los patrones migratorios, la temporada de apareamiento y el comportamiento alimentario. Asimismo, afecta al sistema inmune y a nuestros ritmos circadianos. En definitiva, hay que salvar la noche de su extinción.
Esta entrevista nos la envía Andrés Lomeña Cantos (@andresitores). Estudió periodismo y se especializó en teoría de la literatura y literatura comparada. Trabaja como profesor de filosofía en un instituto de educación secundaria e investiga sobre los mundos imaginarios de las novelas.
En este enlace puedes encontrar más entrevistas de Andrés Lomeña publicadas en Naukas.
Si tienes un artículo interesante y quieres que lo publiquemos en Naukas como colaborador invitado, puedes ponerte en contacto con nosotros.