Periodismo científico incipiente

Por Alfonso Araujo, el 6 julio, 2018. Categoría(s): #sinCiencia no hay futuro • Actualidad • Divulgación • Historia

Aquí va una extrema simplificación:

La llamada “Revolución Científica” fue, a grandes rasgos, el periodo desde Copérnico hasta Newton: esto es, de mediados del siglo XVI hasta finales del XVII. A este acelerado periodo siguió después la Ilustración ó “Siglo de las Luces” en el XVIII, formando un par de siglos de intenso optimismo acerca del potencial del racionalismo. Después, sus tendencias mecanicistas más extremas fueron atemperadas en el mismo siglo XVIII por el Romanticismo: una respuesta por humanizar de nuevo el conocimiento.

Pero durante todo este tiempo, los debates eran en extremo elitistas. Una persona común y corriente (y aún una persona muy ilustrada) no podía albergar esperanzas de ver el Principia Mathematica de Newton y pasar de la página 3: no existía lo que llamamos “popularización de la ciencia”. La ciencia llegó a su periodo de popularización hasta la Revolución Industrial: finales del XVIII y principios del XIX, cuando sus frutos prácticos cambiaron radicalmente las formas de producción.

Durante la segunda mitad del siglo XIX la prensa europea empezó a tocar temas científicos y se instituyeron una gran cantidad de revistas (journals) especializados, pero el primer gran popularizador de la ciencia fue el inmortal Michael Faraday: el experimentalista más grande de su tiempo y primer “Carl Sagan” moderno. En 1825 comenzó sus legendarios “Seminarios de Navidad” en The Royal Institution: una serie de pláticas para explicar conceptos de física y química a nivel popular. Tuvieron tal éxito que la gente literalmente abarrotaba las presentaciones y que se convirtieron en una tradición que continúa hasta el día de hoy. Mucho del material didáctico de aquellos seminarios fue usado para publicar el fantástico libro Historia Química de una Vela (1861), en el que, con ese solo y humilde ejemplo, Faraday da un recorrido fantástico por los temas de combustión, electrólisis, propiedades del agua y del vapor, y presión atmosférica.

Con la aplicación explosiva y universal de la ciencia al desarrollo de la tecnología, finalmente el periodismo científico nació poco después, aprovechando el interés que despertaban por todos lados gente como Faraday y otros con sus pláticas acerca de electricidad, magnetismo y la naciente termodinámica. Así se crearon por primera vez revistas especialmente dedicadas al tema:  la venerable Scientific American (traducida hoy al español como Ciencia y Tecnología) vio la luz en 1845, y otra clásica, Popular Science, nació en 1872.  El olvidado Knowledge: an illustrated magazine of science (1881-1918) fue uno de tantos que si bien no duró como los otros pero que durante esa época contribuyó a promover los temas científicos en una forma más sofisticada que sus pares.

Para los 1870s, en Inglaterra, EEUU y Canadá había más de una docena de periódicos que incluían por lo menos alguna pequeña sección hablando de las “nuevas maravillas tecnológicas” y por supuesto, los autores de la primera ciencia ficción como Jules Verne (1828–1905) fueron fundamentales en hacer que este fervor científico no se quedara en publicaciones abstractas y especializadas, sino que capturara la imaginación de la gente.

A principios del siglo XX fueron creados los últimos dos “clásicos”: Popular Mechanics en 1902, y Science Service (hoy llamada Society for Science & the Public) en 1921.

Es entendible que habiendo sido cuna de la Revolución Industrial, las principales publicaciones de periodismo científico y tecnológico hayan sido creadas en Inglaterra y luego en EEUU y Canadá. Por lo mismo ha sido el inglés el idioma que ha dominado el ámbito de la ciencia hasta nuestros días, aunque en otros países este periodismo también sea vibrante e imprescindible: por ejemplo, en 1928 se fundó la Asociación Alemana de Escritores de Ciencia, que es la más antigua del mundo. En 1955 se creó la Asociación Francesa de Periodismo Científico, e incluso en China y Japón sus gobiernos tradicionalistas se dieron a la tarea de promover el estudio de la ciencia, dadas las traumáticas experiencias bélicas contra Occidente que les habían mostrado su atraso tecnológico.

En España las revistas especializadas también explotaron en el XIX, muy especialmente en la ciencia médica, pero revistas de popularización de gran calado, como las mencionadas, no fueron comunes. En el mundo hispano, incluso por detrás de Lejano Oriente, nos limitamos más bien a traducir las revistas establecidas en inglés.

Le década de los 80, que vio la popularización de las computadoras personales y la popularización masiva de la astronomía y ciencias de la vida con cosas como Cosmos, de Carl Sagan (1980), trajo una nueva oleada de revistas nuevas con presentaciones de temas más y más sofisticados: Discover (1980), Physics World (1988) y más tarde, Wired (1993).

Fue en esa década en la que apareció, finalmente, el Muy Interesante (1981), que se expandió a todo el mundo hispanohablante.

Lamentablemente, en México seguimos siendo nada más que copistas y distribuidores de otras fuentes. Los pocos intentos de periodismo científico de gran calado no fructificaron, limitándose más bien a la producción de caricaturas infantiles y algunos suplementos en periódicos. Una de las revistas más populares de los 70s y 80s en México se llamaba Duda (1971), pero sus portadas no eran más que pseudo-científicas y amarillistas:  ¿Destruirá al mundo el manuscrito Voynich?, ¿OVNIs nazis emergen del centro de la Tierra?

Esta es una de las portadas más decentitas que pude hallar

Sin embargo, por décadas han sido populares el mencionado Muy Interesante, así como la Mecánica Popular y, en ocasiones, ediciones especiales como la magnífica Enciclopedia Salvat del Estudiante de los años 80.

Si alguien tuvo éstas de pequeño, estará teniendo un ataque agudo de nostalgia.

Al día de hoy, México no tiene ni siquiera websites equivalentes a Naukas, Cuentos Cuánticos ó Catástrofe Ultravioleta, ya no digamos publicaciones científicas en forma. Los principales diarios del país, que son Reforma, El Universal y Excélsior, hacen el esfuerzo con secciones limitadas dedicadas a la ciencia, muy frecuentemente como “Ciencia y Salud”, donde ya sabemos que caben noticias recientes acerca del genoma humano, con notas de cómo aliviar calambres. Pero en general no tienen columnistas científicos.

La excepción es el Diario Milenio, que tiene al escritor Martín Bonfil Olivera de la UNAM, con su columna semanal “La ciencia por gusto” y que hasta hace poco también contaba con Luis González de Alba (qepd), que escribía de temas sociales pero que una vez a la semana se desataba hablando de temas de física moderna, que era una de sus pasiones. Milenio, de hecho, tiene una sección llamada Orgullo Mexicano, en la que destaca hasta tres veces a la semana a científicos mexicanos que hayan logrado algún reconocimiento o estén desarrollando tecnologías de punta.

Ante este triste espectáculo, es de celebrar el reciente anuncio de que justo se acaba de graduar la primera generación de maestría en periodismo científico en México: un esfuerzo impulsado por la UNAM, el Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología) y el mencionado diario El Universal. Para ser justos, este diario tiene la más extensa sección de Ciencia y Salud: en la más reciente de las cuales habla de robots para tratar autismo, dunas azules en Marte, una misión para eliminar basura en el espacio… y bueno, remedios caseros para aclarar el cuello. Vale.

Esperemos que los esfuerzos no cejen, en nuestro mundo hispanohablante, por seguir llevando el periodismo científico a todos lados.

 

Referencias:

Christmas Lectures. The Royal Institution.

Michael Faraday. La Historia Química de una Vela. El Cultural.

Dennet, Cynthia Denise. Science Service and the origins of science journalism, 1919-1950. Iowa State University, 2013.

Mariluz Roldán y Julián Sánchez. Egresa primera generación de maestría en periodismo científico impulsada por El Universal, la UNAM y Conacyt. El Universal. Junio 29, 2018.