El ferrocarril de la Furka, con el que terminábamos la entrada anterior, es un curioso caso de ida y vuelta. A las dificultades técnicas (y hasta económicas y geopolíticas) de la construcción de la línea se añadían las de operación, ya que la nieve hacía imposible el tránsito por algunos tramos en invierno, cortando de hecho la línea en dos partes que tenían que operar independientemente. Las avalanchas son tan frecuentes que uno de los puentes de la línea, sobre el arroyo Steffenbach, resultaba destruido casi todos los años, por lo que hubo que sustituirlo por una estructura que se plegaba antes de la temporada de las nieves y se desplegaba al iniciar de nuevo las operaciones. Y la llegada de la electrificación no mejoró las cosas: cada invierno había que desmontar más de quince kilómetros de tendido, para volver a montarlo al reanudar el servicio.
Como era de esperar, la línea acabó cayendo en desuso, sustituida por la que atraviesa el túnel base de la Furka, que sí que puede funcionar todo el año con regularidad. Pero hace algunos años un grupo de entusiastas consiguieron no solo ponerla en marcha de nuevo, sino también dotarla de material rodante de época, incluyendo algunas locomotoras que prestaron servicio en esa misma línea hasta mediados de los años 1940 y que habían ido a parar nada menos que a Vietnam.
Por supuesto, hoy en día ver a una de estas viejas glorias arrastrando sus vagones coches (perdón, Iván) repletos de turistas es algo tan pintoresco como anecdótico, pero desde la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX el paso de trenes de vapor fue un espectáculo habitual en casi toda Suiza, incluyendo las inmediaciones de los glaciares. A apenas 50 km del glaciar del Ródano, por ejemplo, la pequeña población de Brig se convirtió en uno de los grandes nudos ferroviarios suizos, conectando con Italia a través del túnel del Simplon y albergando tal trasiego de trenes y tantas operaciones de trasbordo que un joven viajero de la época, un tal J.R.R. Tolkien, describió el pueblo como «una mera memoria de ruido».
Y naturalmente, toda aquella actividad dejó sus huellas en los glaciares. De hecho toda la actividad humana se las ha apañado para dejar sus huellas en los glaciares, hasta extremos asombrosos. Y para comprobarlo vamos a ir no muy lejos de Brig: a Zermatt. También en tren, por supuesto.
Aunque tiene muchos atractivos, no cabe duda de que el principal icono de Zermatt es el Matterhorn o Cervino, el impresionante pico que, ejem, hasta ha protagonizado una charla en Naukas Bilbao.
Pero, por muy impresionantes que sean su aspecto y su historia, el Matterhorn no es la montaña más alta de los Alpes, o de Suiza. Ni siquiera es la más alta del entorno de Zermatt. Ese honor corresponde al Monte Rosa, un macizo cuya cumbre más alta, la Dufourspitze o Punta Dufour, se eleva hasta los 4.634 metros sobre el nivel del mar. El Monte Rosa es tan alto que la Capanna Regina Margherita, el refugio/hotel situado en la Signalkuppe o Punta Gnifetti, a 4.554 metros de altitud, funcionó durante muchos años como centro de investigación de los efectos del frío y la exposición a grandes altitudes.
Pero la Punta Gnifetti no solo sirve para demostrar poderío físico subiendo a pie hasta la Capanna (o económico si se sube en helicóptero, que es la otra forma de llegar): también es el lugar del que parte un glaciar de un valor científico incalculable.
El glaciar del Colle Gnifetti no es ni mucho menos espectacular. Todo lo contrario: al estar bajo las nieves (aún) eternas del Monte Rosa es fácil no darse cuenta siquiera de que ahí hay un glaciar. Pero su lento desplazamiento, su bajísima temperatura y su gran volumen (su profundidad llega a alcanzar los 120 metros) hacen que conserve un registro perfecto de las precipitaciones de nieve y la calidad del aire de los últimos mil y pico años. Y, claro, también de todo lo que caía con y sobre esa nieve.
Los análisis de muestras de hielo han confirmado lo que ya sabemos: que las temperaturas han ido subiendo desde el final de la Pequeña Edad de Hielo, allá por 1850, pero que el incremento de temperaturas se ha disparado coincidiendo con la revolución industrial. Algo que corroboran las sustancias contaminantes encontradas en las muestras, que de hecho reflejan fielmente hasta la transición del consumo de carbón al de los derivados del petróleo.
Otros estudios han constatado la presencia de amonio, sulfatos, un buen número de metales, partículas procedentes de la combustión, microplásticos, etc., en cantidades crecientes conforme las capas de hielo van siendo más recientes, aunque en los últimos años parece detectarse una cierta reducción que concuerda con los datos obtenidos por otros métodos. Y, tal y como ocurría con el carbón y la gasolina, los cambios en los contaminantes encontrados se corresponden muy bien con los cambios en los procesos metalúrgicos e industriales de Europa.
E incluso con los cambios agrícolas: la presencia de pólenes y microfósiles permiten seguir la evolución de la flora de una amplia zona alrededor del glaciar, y hasta la introducción de cosechas nuevas como el maíz, o la pérdida de las variedades de uva autóctonas provocadas por la gran plaga de filoxera y su posterior sustitución por especies no nativas. Las erupciones volcánicas, las sequías o incluso el impacto de la terrible Peste Negra dejaron también su huella en los núcleos de hielo del glaciar.
Por supuesto, no todo es tan sencillo. El depósito de contaminantes sobre los glaciares depende no solo de la cantidad de emisiones de esos contaminantes a la atmósfera, también de los vientos, lluvias, etc. Algunos análisis, por ejemplo, han encontrado diferencias de hasta tres órdenes de magnitud en la cantidad de metales depositados de un año a otro.
Pero la tendencia deja claro que, aunque la actividad humana siempre ha dejado su huella sobre los glaciares, la contaminación desde los inicios de la revolución industrial ha sido cada vez más intensa y más destructiva, y es uno de los factores clave en la desaparición de los glaciares.
Desaparición que volveremos a ver con fotos en la próxima entrada, claro. Hasta entonces.
Abogado, socio fundador de Círculo Escéptico y miembro de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. Además de El Fondo del Asunto mantiene los blogs La lista de la vergüenza, dedicada a dar cuenta de las titulaciones pseudocientíficas que imparten muchas Universidades españolas, y El remedio homeopático de la semana. Confiesa que cuando era un chaval probó la acupuntura para evitar la caída del cabello; hoy es rotundamente calvo.