La belleza de este lenguaje

Por Alfonso Araujo, el 2 junio, 2021. Categoría(s): Matemáticas

Para V.

 

El científico no estudia la naturaleza porque sea útil hacerlo; la estudia porque encuentra placer en ello, y el placer es causado por la belleza.

Henri Poincaré (1854-1912)

Las matemáticas me fascinaron mucho antes de que pudiese medianamente entenderlas, y esta fascinación partió en gran medida de una profunda impresión estética.

 

LOS DÍAS EN LA CASA VIEJA

Mi abuela me enseñó a sumar y restar cuando aún no entraba a la primaria, y mi padre me emocionaba frecuentemente con sus trucos del estilo “piensa un número” que son magia matemática, pero finalmente, el amor entró por los ojos.

A menos de 100 metros de mi casa había una escuela secundaria, con chicos de 12 a 16 años, que para mí, a mis 8, eran muy mayores. Diario los veía pasar, mientras jugaba sentado en los tres escalones de la entrada a mi casa. Me daban un poco de temor, con sus pantalones acampanados, sus barbas incipientes y con sus risas adolescentes tan distintas de la risa de un niño. Algunos me saludaban al pasar y me regalaban algún dulce. Cuando la puerta estaba cerrada,a través de la ventana los veía a veces sentados en los mismos escalones en donde yo me sentaba a jugar, pero era demasiado tímido para abrir la puerta.

 

EL DÍA DEL DESCUBRIMIENTO

Un día como otro cualquiera, abrí la puerta a la hora en la que sabía que ya los chicos de la secundaria habían pasado. No sé si era fin de curso y los chicos avientan a la basura los materiales de estudio, o si a alguna chica simplemente se le habrá olvidado… el caso es que en el segundo escalón de los escalones donde jugaba, había una libreta de pasta dura con una foto de un pájaro a contraluz, y tenía escrito un nombre de mujer, y la palabra “Matemáticas”.

Lo que había hallado eran las notas de la clase de matemáticas de una niña de segundo de secundaria, pero en la imaginación de un niño, por supuesto se convierte en un tesoro: cifras y misterios, un lenguaje oculto.

En ese improbable libro de secretos, supe de Pi y de los sufijos griegos que se usan en el sistema decimal; de construcciones geométricas y de conceptos que apenas atinaba a entrever, como operaciones de trigonometría. Guardaba la libreta en una caja de madera que colocaba en el espacio bajo la escalera que subía a la planta alta, y por las tardes de verano la sacaba y la exploraba con el mismo ardor que Bastian leía La Historia Interminable en el ático de la escuela.

Fuente

El nombre de la niña era Martha y, aunque hace muchos años perdí esa libreta en una mudanza, siempre le he agradecido que su letra fuera tan hermosa y que sus dibujos fueran tan exquisitos. La fascinación de un lenguaje secreto, encontrado en un libro que parecía predestinado, es una emoción difícil de superar.

 

EL DÍA DE LA REVELACIÓN

Un par de años más tarde, cuando ya había entendido la mayor parte de los secretos de la libreta de Martha, llegó mi padre por la noche en su camioneta Ford 79 roja, con la parte trasera llena de maderas y cajas. Resulta que alguien había decidido pagarle un trabajo con un librero desarmado, y con tres de las colecciones de libros de TIME-LIFE, una serie maravillosa editada en los 60s y 70s. Las que llegaron a mi casa fueron la colección Científica, la de Historia y la de Naturaleza: 75 libros.

Por supuesto, él aceptó el pago con entusiasmo, sabiendo lo que tenía en casa.

Pues bien, resulta que esa colección fue para mí la biblioteca de Babel imaginada por Borges, que amé profundamente y que me aprendí de memoria, pero para esa historia necesito un artículo aparte.

A lo que voy aquí, es que había un libro en particular en la colección, llamado El Científico:

Y su primer capítulo, “Héroe y Ser Humano” empezaba con la imagen de la portada de este artículo.

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que abrí ese libro y vi esa página. Fue como ver el David o el Taj Mahal: un flechazo a primera vista. El pie de la foto (“Esta maraña de apuntes…”) me lo sé de memoria desde entonces.

Pasaba largos ratos tratando de entender esa maraña imposible: ahí estaba Pi, ahí había fracciones, los ejes del plano cartesiano, igualdades y desigualdades…

Este era el mismo lenguaje que había aprendido de Martha, pero había muchos más secretos y era mucho más bello de lo que había visto hasta entonces: elegante y caótico al mismo tiempo, intimidante e invitante; como una caligrafía japonesa o persa. Y fotografiado y exaltado en un libro, mostrado como una pieza importante del pensamiento humano.

Tardé muchos años en entender los símbolos de esa hermosa página, y en 2006 tuve una experiencia en extremo emotiva, al conocer en Morelia, Michoacán, a un físico que en los 70s tuvo oportunidad de trabajar con Tsung-Dao Lee, uno de los dos científicos autores de esos bellos apuntes que merecieron el Premio Nobel de Física.

Todos los libros están aún en el librero en casa de mis padres. Todos están muy desgastados por los años, pero el de El Científico a duras penas se mantiene unido: su lomo roto y expuesto.

Cada vez que visito, lo saco unos momentos y vuelvo a ver esa hermosa maraña de apuntes…

 

 

Otros artículos en esta serie: mira cómo Las matemáticas son tus amigas y te ayudan a traducir el mundo; no son tan rígidas como algunos piensan, sino que invitan a la creatividad; enseñémoslas a los niños con juegos y peces de colores; y practiquemos con acertijos para darle agudeza a nuestro pensamiento.