Esta entrevista, realizada por el periodista José A. Plaza, forma parte de una serie de conversaciones-entrevistas con divulgadores y divulgadoras de la ciencia. Antes de ésta se han publicado las entrevistas a Natalia Ruiz-Zelmanovitch, a Francis Villatoro, a Clara Grima, a Daniel Marín, a José Manuel López Nicolás y a Marian García y Gemma del Caño. La serie surgió tras la publicación este reportaje sobre el décimo aniversario de Naukas y continuará en los próximos meses con nuevas entregas. En cada entrevista se habla sobre la labor de la persona entrevistada como científico/a y/o comunicador/a, sobre su campo científico de trabajo, sobre la relación con Naukas y sobre la divulgación científica en general.
Carlos Briones es Doctor en Ciencias Químicas, especializado en Bioquímica y Biología Molecular, e investigador del CSIC en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA, asociado al NASA Astrobiology Program). Su biografía profesional y sus líneas de investigación completas las puedes leer aquí, pero en resumen y de manera sencilla, Carlos se dedica a estudiar el origen y la evolución de la vida así como su posible existencia fuera de la Tierra. Su día a día científico se basa en hacer evolucionar in vitro ácidos nucleicos funcionales, estudiar virus con genoma de ARN y desarrollar biosensores, entre otras cuestiones. Además de investigar, divulga: escribe libros y artículos, da charlas, colabora con diversos medios de comunicación… Más allá de la ciencia, es un apasionando de la música, de las artes plásticas y de la literatura: escribe poesía, toca(ba) el violín y le gusta la historia y la filosofía. Una de sus máximas es no aislar el conocimiento por disciplinas, sino unirlas para enriquecerlo. Hay una palabra clave en su vida: evolución. Y una meta: la tercera cultura. Basta leerle, escucharle o compartir con él una videoconferencia de hora y media para saber que disfruta mucho con lo que hace. Quizá podamos encontrar a Carlos en un punto intermedio entre el per aspera ad astra y el carpe diem.
¿Cómo llegas a conocer la ciencia?
De niño era el típico chaval inquieto que se preguntaba todo sobre todas las cosas. Siempre me han dicho mis padres que tenía muchísima curiosidad. Me gustaba mucho observar la naturaleza. Y los estímulos culturales siempre han estado muy presentes en mi familia. Recuerdo cuando, siendo un niño en Burgos, me llevaron a una conferencia sobre el misterioso “hombre de Atapuerca”. A partir de ahí adquirí un interés por la evolución que nunca me ha abandonado, y que se unió a la curiosidad que me generaban asignaturas como la Física, la Química y la Biología. Desde chaval fui “un futuro científico”, aunque estaba muy apegado a las artes y las humanidades: la literatura, la música, la historia y la filosofía me acompañaban cada vez más. Siempre he leído un montón, y empecé pronto a escribir poesía. Desde muy pequeño estudié en el conservatorio de Burgos y toqué el violín durante muchos años. Por cierto, gracias a ello de joven viajé bastante por Europa con la orquesta de nuestro conservatorio.
¿Qué ciencias te atraían más en el instituto?
Muchas, la verdad. Miraba a mi alrededor y veía un panorama muy diverso. Tuve la suerte de estudiar en la primera promoción del Bachillerato Internacional en mi instituto, lo que además de exigirme mucho en las asignaturas científicas me integró más en un concepto global e internacional de la cultura. Esa etapa me confirmó que lo mío eran las ciencias, me ayudó a enfocarme. Pero, en paralelo, me acercó aún más a las artes y las humanidades. En esos años me convencí de algo que siempre he llevado por bandera: me gusta integrar todos los tipos de conocimiento, no parcelarlos. Volviendo a la pregunta, cuando tuve que elegir tiré por Ciencias. Me daba pena dejar “las letras” un poco más lejos y no dedicarme a ellas profesionalmente, pero la Física y la Química me atraían mucho.
¿Algún recuerdo especialmente importante de esa época? Profesores, vivencias…
Tuve muchos profesores y profesoras muy buenos, tanto en el instituto como durante la carrera. Pero hubo un momentazo cuando estaba en primero de Químicas. Era 1988 y nombraron a Severo Ochoa, doctor honoris causa en la Universidad de Valladolid, pude ir a ver el acto y hasta le di la mano. Imagínate, casi no quería lavármela después… Cinco años más tarde estaba comenzando mi Tesis precisamente en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CBMSO), y para mí fue como cerrar un pequeño círculo vital.
¿Cómo fueron los años universitarios? ¿Te gustó la carrera, era lo que esperabas?
En la carrera me fue bien, pude con ella y me gustó. Llegaba con una buena formación de base en Matemáticas, Física y Química y eso me ayudó un montón, porque son la base de casi todo. Fueron grandes años en el Colegio Universitario de Burgos (que dependía de la Universidad de Valladolid), aunque también agotadores, con mucho estudio y prácticas de laboratorio mientras seguía escribiendo poesía y tocando el violín. Y viviendo, claro. Después de los tres primeros años quise centrarme en cómo se explica la biología desde la química: ¿cómo evolucionan los seres vivos? Quería aprender más sobre Biología, ir más allá de la pura Física y Química, adentrarme en el origen de la vida. Me parecía alucinante, y me lo sigue pareciendo, cómo sistemas que no son más que química pueden llegar a auto-reproducirse y evolucionar por selección natural. O, dicho de otra forma, cómo a veces la Química se convierte en Biología. En nuestro planeta ha ocurrido, y probablemente también en otros lugares del Universo. Las grandes preguntas comenzaban a rondar mi cabeza… Hice cuarto y quinto de carrera en la Universidad Autónoma de Madrid, en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular. Casi todos mis profesores eran del CBMSO y con ellos aprendí muchísimo. Al acabar la carrera hice la Tesis con Ricardo Amils en uno de los laboratorios de ese Centro, investigando sobre el ARN de los ribosomas de arqueas halófilas extremas. Una curiosidad: estudiaba los mismos microorganismos de las salinas de Santa Pola que Francis Mojica, y que le permitieron descubrir la base de la tecnología CRISPR de edición genética.
Te dedicas a la astrobiología. ¿Qué es esta especialidad? ¿Cómo llegas a ella?
La astrobiología es la ciencia que estudia el origen, evolución y posible distribución de la vida en el Universo. Llegué a ella por culpa, de nuevo, de mi interés por la evolución. El origen de la vida te lleva a viajar en el tiempo y también en el espacio. Tuve la suerte de que, tras acabar la carrera, hacer la Tesis y dos estancias postdoctorales, me ofrecieron montar un laboratorio y crear mi propio grupo de investigación en el Centro de Astrobiología (CAB) del CSIC y el INTA, que está asociado al Programa de Astrobiología de la NASA. Que me propusieran algo así fue un auténtico lujo. Me encanta establecer nexos entre ámbitos de investigación y en el CAB es todo multidisciplinar: desde el año 2000 trabajo aquí con astrónomos, físicos, químicos, geólogos, microbiólogos, matemáticos… Se trata de reunir a profesionales con trayectorias diferentes porque la astrobiología es una de las ciencias más interdisciplinares y las grandes preguntas que nos planteamos no pueden ser respondidas de otra forma.
¿Cómo explicarías tu trabajo a quien no lo conoce?
Investigo sobre el origen y la evolución temprana de la vida. Estudio la evolución de ácidos nucleicos in vitro y los virus ARN y desarrollo biosensores para tratar de caracterizar los seres vivos en la Tierra y después poder buscarlos en otros planetas o satélites. Son temas complejos y apasionantes. En el campo del origen de la vida hay un modelo que me gusta mucho, llamado “Mundo ARN”, según el cual esta macromolécula fue anterior al ADN y a las proteínas. Por tanto, en la transición entre la química prebiótica y los primeros microorganismos probablemente el protagonista fue mi querido ARN. Haciendo experimentos de evolución in vitro en el laboratorio, mi grupo de investigación logra obtener moléculas llamadas “aptámeros” que son capaces de realizar algunas de las funciones que hacen las proteínas en las células. Algo también interesante es que con este trabajo, que podríamos considerar enclavado en la investigación básica o fundamental, logramos desarrollar herramientas biotecnológicas como nuevas moléculas o biosensores, que se patentan y a veces se licencian a empresas. Una muestra más de que realmente no existe tanta diferencia entre las mal llamadas “ciencia básica” y “ciencia aplicada”, ¿verdad?
¿Buscar el origen de la vida no puede llegar a ser frustrante?
Me haces una pregunta clave. En la ciencia a la que me dedico hay que saber ajustar los objetivos y las expectativas a lo que podremos llegar a descubrir. Quizá nunca sepamos cómo empezó la vida sobre la Tierra y debemos ser conscientes de ello. Buscamos pruebas o indicios de algo que pasó hace unos 3.800 millones de años, así que trabajamos siempre sobre hipótesis (bien fundamentadas, eso sí) y la acumulación de pruebas indirectas que provienen de distintos campos. Dicho esto, como te comentaba antes hay una parte de mi trabajo que se conecta con la biotecnología y la virología, disciplinas que sí permiten alcanzar metas en forma de aplicaciones, y que genera resultados tangibles en campos como la biomedicina o la bionanotecnología.
Pese a su complejidad, tu campo de estudio genera mucho interés y curiosidad. El origen de la vida, los virus, la búsqueda de otras vidas…
Creo que realmente es así, y eso supone una gran ventaja. En el fondo, lo que investigamos responde probablemente a las preguntas más antiguas que nos hicimos los humanos: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿estamos solos en el Cosmos? Trabajamos con temas que, aunque son complejos, llaman mucho la atención. Me parece algo muy positivo, para la propia ciencia y para su divulgación. Esta es la ciencia de “las grandes preguntas”, tan interesante como la de “las pequeñas cosas” que divulga nuestro amigo Jose Scientia.
Llegamos así a la divulgación, que completa tu labor como investigador. ¿Cómo y cuándo te picó el gusanillo?
Desde pequeño me di cuenta de que (dicho en palabras de hoy) me era imposible separar el consumo de cultura de su creación. Cuanto más leía más ganas de escribir tenía. Cuanta más música escuchaba, más deseaba tocarla o incluso de componer alguna partitura. Cuanta más ciencia aprendía y leía, más interés por hacerla y contarla. De ahí puede venir mi gusto por la divulgación. Nunca he perdido la pasión por escribir, por caer a la tentación que supone tener delante un papel o una pantalla en blanco. Al margen de la ciencia, a los 23 años y poco después de terminar la carrera tuve la suerte de ganar el Premio Hiperión de Poesía con mi poemario De donde estás ausente, al que unos años después siguió Memoria de la luz en la Editorial DVD, y luego bastantes colaboraciones en revistas y antologías. Gracias a ello he podido conocer a muchos grandes poetas, y por ejemplo recitar junto a mis añorados Ángel González o Pepe Hierro. Veladas que no se olvidan… En cuanto a la divulgación científica, comencé escribiendo artículos breves y me di cuenta de que quizá “de mayor” podía escribir libros. El primero en el que colaboré con otros tres autores fue Nanociencia y nanotecnología: entre la ciencia ficción del presente y la tecnología del futuro, que editó la FECYT en 2008. En 2014 publiqué junto a esos mismos colegas El nanomundo en tus manos, en la Ed. Crítica. Un año más tarde, en la misma editorial y junto a otros dos autores, vio la luz Orígenes. El universo, la vida, los humanos. Este libro gustó mucho y con él ganamos en 2016 el Premio Prisma al mejor libro de divulgación científica. Y en 2020, ya en solitario, he publicado ¿Estamos solos? En busca de otras vidas en el Cosmos, que también está teniendo muy buena acogida. En paralelo a mi labor como escritor, llevo muchos años dando charlas para todo tipo de públicos y algunas en lugares increíbles. Hablar frente a un auditorio lleno de jóvenes o mayores interesados en lo que cuentas es una experiencia maravillosa, de la que siempre se aprende.
¿Cuál crees que es tu principal fortaleza para divulgar ciencia?
Con el tiempo me he dado cuenta de que mi forma de escribir y hablar en público consigue comunicar y transmitir, y eso es muy satisfactorio. Hay veces que, al divulgar y contar la ciencia, salta la chispa y consigues emocionar, tocar alguna fibra o resorte en quienes tienes delante: lo ves en sus caras, en cómo reaccionan. En mi caso, por ejemplo, recuerdo que sucedió algo así en la charla que di en el Naukas Bilbao de 2018, en la que traté de contar la historia del Universo y la vida utilizando únicamente cuadros como metáforas. Ciencia y arte son una gran combinación, que sirve para avanzar hacia la tercera cultura.
Vienes de una divulgación que podemos llamar clásica, previa al boom de Internet, los blogs y las redes sociales. ¿Cómo te has adaptado a estas nuevas posibilidades?
Me siento cómodo en el espacio que existe entre esa divulgación más clásica que citas (con libros, artículos y charlas) y la más moderna (con Internet y las redes sociales como protagonistas). Creo que, como otros amigos que ya peinamos canas, hice razonablemente bien la transición de una a otra. Por ejemplo, intento ser activo en Twitter, con una cuenta que abrí a finales de 2014 después de que el mismísimo Javier Peláez me dijera varias veces algo muy divertido: “Briones, ábrete una cuenta en Twitter, haz del mundo un lugar mejor”. No me he lanzado a otras opciones como Instagram o Youtube porque no me llaman tanto la atención y mi tiempo ya no de más de sí… aunque en esas plataformas se pueden encontrar muchos videos de charlas mías. Una curiosidad es que nunca he tenido un blog propio: estuve tentado, pero creía que si lo abría debía ser muy autoexigente y escribir casi a diario, algo que no iba a poder cumplir. Por el momento, creo que Twitter es un canal más valioso para la divulgación de lo que puede parecer a los más jóvenes.
Buena parte de este boom en la divulgación que llevamos años viviendo se relaciona con una mayor presencia de la ciencia y los científicos en los medios de comunicación. ¿Cómo ves esta relación?
Puede y debe ser muy fructífera. En mi caso, al menos, lo intento. Colaboro con los medios siempre que puedo y el tiempo me lo permite: televisión, radio, periódicos digitales, revistas, podcasts, blogs institucionales… Como investigador es interesante (y creo que beneficioso para la sociedad) aparecer de vez en cuando en los medios de comunicación y dar tu visión sobre las cuestiones de actualidad relacionadas con la ciencia. Que cada vez son más, como estamos viendo.
Hablabas antes de una de tus charlas en Naukas, que acaba de celebrar su décimo aniversario. ¿Cómo lo conociste?
Llegué gracias a Miguel Artime. Nos conocimos en 2010 ó 2011 en un congreso de Astrobiología en el que coincidimos en California. Naukas, que como sabes por entonces se llamaba Amazings, era básicamente una plataforma de blogs y yo no tenía uno por la razón que hemos hablado… aunque después sí he ido colaborando publicando en Naukas unos cuantos artículos. Y, por supuesto, he participado en muchos eventos Naukas desde 2012 dando charlas, sobre todo en los Naukas Bilbao pero también en A Coruña, Burgos, Valladolid o Pamplona. Somos un gran grupo unido por el pensamiento crítico (algo fundamental, cada vez más), por la pasión por divulgar y por la amistad. Naukas tiene la riqueza de que somos muy dispares y complementarios, y el conjunto reúne calidad, variedad… y buen rollo. Es un privilegio pertenecer a esta gran familia.
Sobre el boom de la divulgación científica, ¿en qué situación crees que está ahora?
Ya desde antes de la pandemia vivíamos ese boom. Mucha gente quiere saber y entender lo que la ciencia puede aportar a sus preguntas e inquietudes. Quienes investigamos en Centros o Universidades públicas, que se financian con los impuestos de todos, creo que tenemos el deber de establecer ese contacto con la sociedad. Y, como decíamos antes, si además de informar logramos emocionar, mucho mejor. Poco a poco, la divulgación y la comunicación de la ciencia han ido llenando parte del espacio vacío que había entre la investigación y la sociedad. Creo que es un proceso que va a más, aunque es cierto que para muchos la ciencia no es tan sugerente como otros ámbitos de la cultura como las humanidades o las artes. Lo que en realidad no es cierto: la ciencia nos permite, día a día, intentar entender lo que somos, explicar cómo funciona el Universo, avanzar hacia lo desconocido. Siempre, pero más en la situación en la que estamos, la ciencia y su divulgación son necesarias para que nuestra sociedad avance cultural y económicamente. España tardó más en subirse a este carro (como a tantos otros), pero ya hace tiempo que lo hemos hecho: hemos comprendido que, además de hacer la ciencia, hay que contarla. Con la pandemia de COVID-19 tú sabes muy bien que se han acelerado las ganas y la necesidad de muchas personas por saber y comprender que está pasando. Y quienes trabajamos en ciencia, sobre todo en temas como la biología molecular y la virología, también hemos sentido esas mismas ganas y esa necesidad. Eso lo vivimos, por ejemplo, cuando desde la Junta Directiva de la Sociedad Española de Virología preparamos durante 40 días consecutivos una ficha divulgativa diaria para informar sobre este coronavirus y la pandemia producida por él.
¿A más protagonismo de la ciencia, más divulgación, o al revés? ¿Quizá ambas?
La relación entre ciencia y divulgación es biunívoca, utilizando un término matemático: a más ciencia, más divulgación… pero también al revés. Los investigadores de las últimas décadas hemos conseguido ir bajando de la famosa “torre de marfil” de la ciencia, que la alejaba de la sociedad, pero hay que tener en cuenta que España es un país que siempre ha promocionado más las artes y las humanidades que el desarrollo científico-técnico. Poco a poco van cambiando las cosas, aunque los científicos y científicas tan brillantes que tenemos todavía se ven como islas en medio del océano. Aunque sean mensajes manidos, hay que hacer entender a la gente (que paga sus impuestos y vota) que la ciencia no solo genera conocimiento y por tanto nos hace más humanos, sino que es una fuente de riqueza y desarrollo económico. El dinero que los gobiernos dedican a la ciencia no es un gasto sino una inversión, que genera más beneficios aunque no siempre sea a corto plazo. Debemos repetir sin descanso que sin ciencia no hay futuro (ni habría presente, como nos están mostrando las vacunas frente al SARS-CoV-2) hasta conseguir que los ciudadanos de este país lo interioricen.
¿Tenemos suficientes referentes científicos?
Los hay. Mujeres y hombres. Que trabajan en España o lo hacen en prestigiosos Centros de todo el mundo. La pandemia ha puesto a muchos en las pantallas y bajo los focos. Pero es cierto que falta normalizar que los científicos y científicas estén presentes en nuestra vida, actuando también como referentes sociales. Es bueno, hasta necesario, que parte de ellos y ellas adquieran fama para el público general, porque esto ayudará a generar interés y mostrar espejos en los que mirarse. A fomentar, por ejemplo, que muchas niñas y muchos niños quieran escoger carreras científico-tecnológicas, las famosas STEM. Y a que sus padres exijan a los políticos una inversión en I+D+i similar a la de los países más desarrollados de nuestro entorno… y que ésta se mantenga en el tiempo independientemente del color político que gobierne cada cuatro años.
Una última pregunta, poco original, que siempre me ha llamado la atención: ¿Están vivos los virus?
Jaja, no está nada mal para terminar nuestra conversación. Ese es un debate clásico… y en el fondo depende de cómo definas los seres vivos. En la actualidad consideramos que la vida requiere la combinación de tres componentes: un compartimento que diferencie el ser vivo de su entorno (en el caso de las células, su membrana); una molécula con información genética que se trasmite a la descendencia (el ADN que forma el genoma de los microorganismos y los seres pluricelulares), y un metabolismo formado por una red de reacciones con las que intercambiamos materia y energía con el exterior. Cuando estos tres constituyentes se acoplan tenemos un ser vivo, entendido como un sistema químico auto-mantenido que evoluciona por selección natural. Pero los virus no tienen metabolismo propio, sino que se lo roban a las células a las que parasitan. Así que, sensu stricto, los virus no son seres vivos. Pero nadie duda de que sí han sido, son y seguirán siendo unos actores fundamentales en la evolución biológica: son capaces de fomentar el intercambio de genes entre unos organismos y otros, introduciendo “ramas horizontales” que conectan las que van divergiendo en el árbol de la vida. De hecho, gracias a los virus y a otros elementos genéticos móviles, la metáfora más adecuada para representar la evolución no es un árbol sino un arbusto o, aún mejor, una enredadera.
José A. Plaza, periodista de ciencia y salud. Cuarentaypocos. Pasé casi 15 años escribiendo en un medio especializado en Medicina y actualmente soy responsable de Comunicación en un organismo público de investigación. Socio (y cofundador) de la Asociación de Comunicadores de Biotecnología (ComunicaBiotec), de la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2) y de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS). No sé estar sin leer, escribir, baloncesto y rock.