Lluis Montoliu: “Al acercarme más a la gente me separé de la carrera científica clásica: es algo maravilloso”

Por José Antonio Plaza, el 6 noviembre, 2021. Categoría(s): Actualidad • Entrevistas Naukas • Genética • Naukas
Lluis Montoliu, en uno de los laboratorios del CNB-CSIC (Foto: Inés Poveda-CNB).

NOTA PREVIA: Esta entrevista, realizada por el periodista José A. Plaza, forma parte de una serie de conversaciones-entrevistas con divulgadores y divulgadoras de la ciencia. Antes de ésta se han publicado las siguientes entrevistas:

Esta serie surgió tras la publicación de este reportaje sobre el décimo aniversario de Naukas y continuará con nuevas entregas. En cada entrevista se habla sobre la labor de la persona entrevistada como científico/a y/o comunicador/a, sobre su campo científico de trabajo, sobre la relación con Naukas y sobre la divulgación científica en general.

Lluis Montoliu es científico de profesión y divulgador por afición. En ese orden, porque considera que primero toca hacer la ciencia y después contarla. Lleva metida la Biología entre ceja y ceja desde el Instituto, la Genética ha sido poco menos que su sombra desde la Universidad y, a lo largo de su carrera profesional, ha hecho de la investigación con modelos animales su principal herramienta de trabajo. Las enfermedades raras son para él comunes, casi su pan de cada día. El albinismo, y sobre todo el contacto directo con las personas con esta condición, le cambiaron la vida y el trabajo al descubrir la satisfacción que supone ver que se puede ayudar realmente a la gente. La ética es un sombrero que no se quita nunca. Creció personal y profesionalmente en Barcelona, se hizo científico en Alemania y consolidó su carrera en Madrid, 25 años ya en el Centro Nacional de Biotecnología. ¿Sabéis? “Todos somos mutantes…”.

 

¿De dónde viene tu afán científico?

Siempre he querido hacer lo que ahora hago. Nací y crecí en Barcelona, en el Barrio de Horta, aunque entre los 3 y los 6 años estuve en Bilbao porque mi padre, que era sastre, tuvo que desplazarse allí por trabajo. Tras hacer preescolar en Bilbao, volvimos a Barcelona. Estudié en una escuela de Salesianos y allí fue la primera vez que escuché hablar sobre genética, en 1º de BUP (actual 3º de la ESO), con 14 años. Mi profesor Saturnino Valle nos habló un día sobre herencia genética, y me llegó mucho todo lo que nos contó. A partir de ahí, todo lo que hice estuvo enfocado hacia la Biología. Mis profesores en COU me decían que mejor estudiara Física o Matemáticas, incluso me dejaban caer que no perdiera el tiempo con la Biología, pero afortunadamente hice caso a lo que me pedía el corazón. Visto ahora, pasados los años, creo que les he demostrado algo que ya se sabía de sobra, pero que ellos parece que querían ignorar: la Biología es muy útil, como tantas otras disciplinas científicas.

 

Los animales son fundamentales en tu trabajo. ¿Cómo descubriste que son una herramienta fundamental para la ciencia?

Además de la Genética, mi otra gran pasión científica siempre han sido los animales. La historia es curiosa. Mi abuelo Montoliu tenía una casa en su pueblo natal, Alcampell, en Huesca, cerca de la frontera con Lleida. Allí pasé los veranos entre los 7 y los 13 años, y descubrí algo que me marcó para siempre: cómo se mataban corderos. El carnicero de Alcampell, un matarife de los de entonces, venía a buscarme a menudo para que le “ayudara” con la matanza. Ahora puede parecer raro, yo sólo era un chaval, pero entonces era algo muy normal. Lejos de parecerme una carnicería, lo que hacía ese hombre me parecía un arte, un espectáculo, y hasta un acto con respeto hacia el animal, porque trataba de que sufriera lo menos posible. Recibí gratis clases de anatomía y de fisiología: el corazón, los pulmones, el hígado, las arterias… Luego, años después, aprendí a trabajar con los animales como científico, pero nunca olvido esta anécdota que me los descubrió de una manera distinta a como solemos verlos.

 

Tenías claro estudiar Biología. ¿Respondió la carrera a tus expectativas?

Me dediqué a la Biología en cuerpo y alma. Estudié la carrera en la Universidad de Barcelona, la que entonces llamábamos La Central, empezando en el edificio antiguo que ahora se ha hecho famoso por la serie Merlí, sapere aude. Comencé Biología en 1981, cuando aún no había cumplido 18 años. La verdad es que me encontré algo que no me esperaba: muchísimas Matemáticas, Álgebra, Estadística, algoritmos… Me gustaba mucho, pero también echaba en falta la Biología más básica, que vendría después. Tuve profesores míticos, como Ramón Margalef, Roser González, Enrique Gadea, Antoni Prevosti, Mercè Durfort… Disfruté mucho. Recuerdo que iba a más clases de las que me tocaban, porque aunque se repitieran los contenidos los profesores cada vez lo contaban de manera diferente.

 

Antes se hablaba de biólogos de bata, por su gusto por el laboratorio, o de bota, por su relación con la naturaleza. ¿Con cuál te quedas?

De bata, de bata. Enseguida me enfoqué en temas de laboratorio; me di cuenta rápido de que no era biólogo de bota. Me gustaban mucho las clases de Citología, de Histología… entré como alumno interno de Bioquímica y ahí comencé a relacionarme con los animales, pero siempre en laboratorio, animales de experimentación. Al acabar la carrera busqué dónde hacer la tesis. Dudaba entre los Departamentos de Genética y de Bioquímica, pero no tuve suerte y no pude comenzarla por diversas razones. Fue mi primer choque con la Universidad, pero de una decepción salió una oportunidad. Roser González, del Departamento de Genética, me recomendó cruzar la calle. Frente a la facultad, en la Diagonal de Barcelona, estaba el edificio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), así que probé. Conocí a Pere Puigdomènech, el que ha sido mi mentor, e hice la tesis con él en el CSIC en vez de en la Universidad. Él me introdujo en el mundo de las plantas; nos dedicamos a buscar genes específicos expresados en la raíz cuando aún no se sabía nada del genoma del maíz. Así que entre 1987 y 1990 hice mi tesis, con una beca FPI y con los mismos problemas que creo que hay ahora: se cobraba poco y tarde.

“Lo primero que siempre digo es que yo soy científico, investigador, y no divulgador profesional. No quiero, ni puedo, hacer divulgación a tiempo completo: me gusta contar la ciencia y lo hago cuando y tanto como puedo”

Según he leído fue una tesis multilingüe…

Escribí la tesis en inglés, aprovechando los artículos que había publicado, con la introducción en catalán. Me di cuenta de que me manejaba perfectamente con el catalán, que era lo que siempre había hablado en casa, pero como en la escuela no lo enseñaban, no sabía escribirlo bien. Para cursar la carrera en catalán y escribir parte de la tesis en ambas lenguas fui a perfeccionar el catalán a la Escuela de Adultos y el inglés a la Escuela de Idiomas (soy de la generación en la que la mayoría estudiábamos francés). Aunque tuve que pedir permisos especiales para presentarla en inglés, y por artículos, algo que no se estilaba, finalmente la presenté en diciembre de 1990.

 

Y llegaron cambios: familia y cambio de país

En el segundo año de beca me casé con mi mujer, Montserrat, en 1988, que era puericultora. Tuvimos hijos pronto y con 27 años ya era padre. Todo cambia, y además dimos un giro laboral a nuestras vidas: cuando presenté la tesis nos fuimos a Alemania. La idea era pasar sólo un pequeño periodo de tiempo, pero al final estuvimos allí 5 años. Me uní al laboratorio de Günther Schütz en al German Cancer Research Center (DKFZ) de Heidelberg. Dejé de lado las plantas y me centré en el estudio de ratones (from maize to mice -en inglés-). Descubrí lo que luego ha ocupado buena parte de mi carrera: el estudio de la pigmentación, el albinismo, la transgénesis…

En su despacho del CNB-CSIC, en un momento de la entrevista (foto: José A. Plaza).

¿Cómo definirías en unas pocas líneas, de manera sencilla, a qué te dedicas?

Lo que hago es investigar enfermedades raras mediante el uso de modelos animales, utilizando la modificación genética para reproducir en ratones las mutaciones que diagnosticamos genéticamente primero en las personas afectadas. De esta manera, tratando de imitar en los animales las alteraciones genéticas que afectan a las personas, podemos entender mejor muchas enfermedades y tratar de desarrollar nuevos tratamientos.

¿No te planteaste hacer carrera y establecerte en Alemania?

Pasaron los años y la verdad es que yo me habría quedado en Heidelberg, sí. Allí pasé los años quizá más maravillosos de mi vida, como postdoc, una etapa que suele ser la mejor porque trabajas sin muchas fechas, límites o presiones, básicamente los que te marcas tú, no los que genera tu entorno. Tenía una vida familiar plena, tuvimos dos hijos en Alemania, y un buen contrato de trabajo, algo que es fundamental para poder disfrutar esa época, claro. De hecho, cuando volvimos a España tardé mucho tiempo en volver a ganar un sueldo comparable al que tenía en Alemania. ¿Por qué nos volvimos? Montse decidió regresar a España; le salió un buen trabajo en Barcelona y, aunque estábamos bien en Alemania, la verdad es que la idea original había sido que los niños crecieran en España. Al principio yo me quedé en Heidelberg, pero ¿sabes?, fueron los 10 meses más miserables de mi vida. Trataba de ir a España cada uno o dos meses, pero no funcionaba bien. Mi mujer y yo nos apañábamos, pero me estaba perdiendo la infancia de mis hijos. Recuerdo una de las últimas veces que viaje a Barcelona cuando aún trabajaba en Alemania: mi hija no quiso que la bañase. Era como si me rechazara, porque estaba cogiendo otras rutinas. Me estaba haciendo pagar mi ausencia. No podía seguir así, la familia es más importante. Así que volví.

¿Qué supuso volver a España?

Entre otras cosas, ganar menos dinero [risas]. Tenía algún contacto y alguna posibilidad de trabajar en Barcelona. Estando en Heidelberg asistí a un congreso en Madrid y coincidí con la bioquímica Fátima Bosch, que me ofreció la posibilidad de acogerme a un contrato de reincorporación, lo que ahora son los contratos Ramón y Cajal. Al decidir la vuelta, recuperé la oferta y recalé en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), donde seguí trabajando durante un año y medio en la modificación genética de ratones y me acerqué a las posibilidades de la terapia génica para la diabetes. Poco después salieron oposiciones al CSIC y me presenté, pero no las saqué ni a la primera ni a la segunda. A la tercera fue la vencida, en el verano de 1996, con una plaza que suponía una novedad y un nuevo reto: trasladarme a Madrid y empezar a trabajar en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB), del CSIC. Aquí llevo desde entonces, ya 25 años…

“La etapa de postdoc suele ser la mejor de un científico, porque trabajas sin muchas fechas, límites o presiones, básicamente los que te marcas tú, no los que genera tu entorno”

 

El CNB es ahora un clásico de la investigación en España, pero entonces estaba en sus inicios. ¿Cómo fue la llegada?

No conocía a nadie. Había estado 5 años en el extranjero y en España mi entorno era Barcelona. Llegué muy ilusionado y lo primero que me encontré, cuando saludé al que por entonces era gerente del centro, fue esta pregunta: “¿De verdad que te quieres quedar aquí?” No sé si parecía extraño que yo viniera de Barcelona, o qué era, pero la situación era muy distinta para mí y llegaba de cero, sin contactos, vínculos, padrinos o conocidos. Menos mal que gente como Mariano Esteban, al que ahora tengo en el despacho de al lado, me acogieron muy bien, dándome ánimos y confianza.

¿Qué líneas de trabajo empezaste a desarrollar?

La historia de mi laboratorio, Modelos animales por manipulación genética, es curiosa. A finales del siglo pasado había mucho movimiento entre los grandes nombres de la biomedicina y me dijeron que en el CNB había un espacio guardado por si recalaba en el centro Manuel Perucho, una de las personas que más saben de cáncer y epigenética. Yo no lo sabía, pero vi un laboratorio vacío para asentarme, pregunté y me dijeron que estaba reservado para Perucho. Tuve la buena idea de decir que, hasta que él llegara, lo iba a cuidar como oro en paño, y me lo asignaron. Perucho nunca llegó al CNB y, muchos años después, cuando estaba trabajando en un centro de Barcelona, me invitó a dar una charla. Le conté la historia y, sorprendido, se rio mucho con la anécdota. No sé si llegó a contemplar alguna vez lo del CNB…

Junto a varias clases de estudiantes del IES Las Musas de Madrid, tras una charla divulgativa en 2019.

No se puede hablar de Lluis Montoliu sin citar la edición genética y CRISPR. ¿Qué ha significado para ti?

CRISPR nos ha cambiado la vida. A mí, al menos, muchísimo. Ha sido como un cambio generacional al alcance de casi todos. Sidney Brenner decía que los grandes avances en ciencia llegan la mayoría de las veces gracias a nuevas técnicas y herramientas, que permiten desarrollar y convertir las ideas en realidad. Eso es CRISPR: un hacedor que permite editar nuestros genes, añadirlos, suprimirlos, cambiarlos de lugar, etc., para tratar de luchar contra la aparición de enfermedades. Te pongo un ejemplo personal de lo que ha supuesto: en 1995 se me ocurrió un experimento que nunca pude llegar a completar (y mira que lo intentamos de todas las maneras) hasta que en 2015, veinte años después, CRISPR nos lo permitió. CRISPR ha democratizado la opción de llevar a cabo ideas geniales, porque abre la puerta a la imaginación y, además, aumenta las posibilidades de convertirla en realidad.

 

Biólogo de laboratorio, investigador convencido… ¿Y la docencia?

Siempre he estado relacionado con la enseñanza, aunque mi relación con la Universidad ha sido siempre algo extraña. Durante la carrera ya ayudaba a los profesores, daba algunas clases a alumnos, me encargaba de algunas prácticas, monté un laboratorio en los Salesianos en el que daba formación a algunos amigos y compañeros de carrera… En Alemania también estuve dando clases de manera puntual, cuando volví a Barcelona hice lo propio en la Autónoma, y al llegar a Madrid también: durante 20 años fui profesor honorario de la UAM impartiendo clases de posgrado y como responsable de una asignatura. En 2018 lo dejé casi del todo (aunque sigo dando clases de máster esporádicas) porque no podía compaginarlo con el resto de mi trabajo ni seguir comprometiéndome sin algún tipo de vínculo profesional. La verdad es que soy una ‘rara avis’: me gusta mucho enseñar y para mí dar clase es una bendición, pero no estoy dentro de la Universidad. Una de las cosas que creo que mejorarían el CSIC es integrar la docencia en su oferta.

 

Turno de la divulgación: ¿Por qué te gusta y por qué le dedicas tanto tiempo y esfuerzo?

Me viene de lejos. Recuerdo que daba charlas en los años de la tesis, que publiqué con algunos compañeros un artículo en El País sobre investigación en España, que durante mis años en Alemania tuve mucho contacto con medios de comunicación, que colaboré en alguna ocasión con La Vanguardia… Fui aprendiendo el lenguaje de la Comunicación. Al volver a España me impliqué más en las charlas en colegios e institutos, a sus profesores, a gente de la calle, de todo tipo… Quizá estuve durante muchos años haciendo divulgación sin saber que realmente la hacía, o sin llamarla así, porque el término es bastante nuevo. Contar las cosas es algo que se ha hecho desde siempre y, aunque tradicionalmente hemos tenido muchos científicos a los que no les gustaba salir del laboratorio y explicar cosas a la gente, siempre ha habido ejemplos que sí lo hemos hecho. Además de mi trabajo, la ciencia es mi mayor afición. Contarla me sale solo y, además, creo que debemos devolverle a lo sociedad al menos parte de lo que nos da.

 

“CRISPR ha democratizado la opción de llevar a cabo ideas geniales, porque abre la puerta a la imaginación y, además, aumenta las posibilidades de convertirla en realidad”

 

Más allá de la ciencia, ¿qué aficiones tienes?

La ciencia me gusta durante todo el día, incluso en sueños, y como te decía es mi principal afición. También me encanta leer y escribir, que es lo que más hago al margen de la ciencia, y el buen cine. Además, me gusta la música y, además de escucharla, la interpreto a veces; toco de forma amateur la flauta travesera. Este instrumento me cautivó cuando escuché a Ian Anderson, el cantante de Jethro Tull, interpretar uno de sus temas, Bourée, que es la sintonía de mi sección de genética en A hombros de gigantes porque me encanta. Incluso tratando de otras aficiones hablo de ciencia…

 

Hay un puente entre investigación y divulgación que resulta fundamental en tu vida: tu relación con personas, pacientes, familias…

Mi relación con la divulgación, con estar en contacto con la gente para hablar de ciencia, tiene un punto de inflexión muy claro: un correo electrónico que recibí el 22 de enero de 2005. Me escribió al correo del CNB el padre de un niño con albinismo, que quería preguntarme un montón de cosas. Hablamos y me ofreció ir a su ciudad, a Alicante, a dar una charla a más personas interesadas en este tema y acepté. La conferencia era en la sede de la ONCE y, cuando llegué, me quedé alucinado: la sala estaba repleta de personas con albinismo. Nunca había visto tanta gente con albinismo junta en mi vida.

 

¿Cómo conectaste con ellos? ¿Estabas acostumbrado a hablar ante ese público?

Traía una charla sencilla, pero bastante académica, y me di cuenta de que no podía utilizarla, así que traté de adaptarla sobre la marcha a quienes tenía enfrente. Me di cuenta de que esas personas sabían un montón y, aunque creo que les gustó la charla, la verdad es que pasé un mal rato tratando de medir las palabras, utilizar los conceptos adecuados, hacerme entender, no herir sensibilidades, no generar demasiadas expectativas… Lo más importante que aprendí en esa charla, y en las muchas que vinieron después, fue no utilizar la palabra ‘normal’. Todos somos normales y diferentes. Suelo decir que todos somos mutantes.

 

¿Cómo es aplicar la ciencia tan directamente a las personas?

En 2006, cuando ya había dado bastantes más charlas de ese tipo, conocía bastantes familias y me movía mejor en su entorno, fundamos la Asociación ALBA, de ayuda a personas con albinismo, en la que yo era socio y asesor científico. Este momento, una evolución que considero natural tras la primera charla que di en Alicante, cambio mi vida y mi trabajo. En esos años me di cuenta de verdad de que lo que investigaba podía tener una trascendencia real para las personas. Es un orgullo: no son publicaciones científicas ni currículum, pero sientes que estás ayudando a las personas, por ejemplo ayudándoles a saber por qué son personas con albinismo, qué gen y mutación tienen en su genoma que lo causa, explicándoles por qué no ven bien. Me separé de la carrera científica clásica, pero hacerlo fue maravilloso, y lo sigue siendo: tratar con la gente y ayudarla no tiene precio. Cuento la ciencia mientras hacemos vínculos emocionales impagables: es lo que más me anima a seguir investigando.

Literalmente rodeado de niños y niñas con albinismo.

En aquellos años nace un nuevo modelo de investigación, los Centros de Investigación Biomédica en Red (CIBER), que te abre nuevas puertas. ¿Qué supuso?

En 2007 nacen los CIBER y surge uno dedicado de Enfermedades Raras, el CIBERER. Fue una oportunidad para investigar más y mejor. Coincidió ese impulso de nuestra investigación con que empecé a explotar más mi faceta divulgadora, y por primera vez logramos financiación para estudiar sobre albinismo. La verdad es que el modelo CIBER nos permitió hacer ciencia de manera más cercana al Sistema Nacional de Salud. Casi 15 años después, sigo en el CIBERER haciendo investigación y colaborando en sus dos pilares fundamentales: diagnóstico genético y desarrollo de terapias.

Consideras la ética tan importante como la propia ciencia. ¿Por qué?

La ética es, junto a la investigación y la divulgación, mi tercera gran pata científica. En Alemania comprendí que era necesario lograr muchos permisos para investigar con animales y, lejos de verlo como un estorbo, me di cuenta de que era lo apropiado. Cuando experimentamos con animales tenemos que explicar muy bien por qué, justificarlo y, por supuesto, cuidar el proceso y a los animales lo mejor posible. La investigación con animales es un ejemplo de que la ciencia y la sociedad tienen que imponerse límites. Cuando volví a Madrid viví años complejos para la ética científica: nació la oveja Dolly, surgieron las células madre… La imaginación científica echaba a volar y era necesario, como siempre, saber qué se puede y qué se debe hacer, y qué no. Y había que contarlo de manera clara, cuidando expectativas, sin ‘vender motos’, vigilando intereses… Me impliqué en cuestiones bioéticas gracias a Javier Gafo, comencé a formarme, a dar cursos, a leer mucho, a asesorar… Ahora soy presidente del Comité de Ética del CSIC, del que he formado parte durante años, y también colaboro en temas bioéticos con el ERC europeo.

 

“La investigación con animales es un ejemplo de que la ciencia y la sociedad tienen que imponerse límites éticos”

 

¿Ha influido en tu vertiente bioética tu relación con los pacientes y sus familias?

La ética siempre ha viajado conmigo y me alegro: la ciencia necesita buenas prácticas, responsabilidad, evaluación, cuidados… Y en este proceso las personas y los pacientes son muy importantes, para mí han sido una escuela de ética y de cómo transmitirla. La ética debe ser inherente a la ciencia. Hay muchas conductas inapropiadas que vigilar y combatir; no está de más recordar que las personas que hacemos ciencia somos gente común, de todo tipo. Siempre tiene que haber normas.

 

¿Tienes algún referente en el mundo de la divulgación científica?

Para mí la persona con mayúsculas en divulgación científica es José Ramón Alonso.

 

Llevas varios años muy metido en Naukas, aunque llegaste tarde a la plataforma… ¿Cómo la conociste?

Por el periodista científico Antonio Martínez Ron, uno de los fundadores. Era amigo de Lucas Sánchez, un investigador del CNB, que trabajaba en el laboratorio al lado del mío. ¡La serendipia! Una vez que vino a verle Lucas me lo presentó, sería hacia el año 2010, y a partir de ahí mantuvimos contacto y relación. Cuando nació Amazings, que luego sería Naukas, me habló de ello. Por falta de tiempo no participé de los primeros años de Naukas como plataforma bloguera, y cuando empezaron los eventos, como Naukas Bilbao, no podía asistir porque siempre me coincidía con una reunión de ALBA o con un congreso de la Sociedad Europea de Células Pigmentarias. Tuvieron que pasar unos pocos años.

 

El año 2017 fue importante en este sentido…

En 2017 conocí más el entorno de Naukas y escribí mi primer artículo en su web, sobre la Oveja Dolly. Fue un año muy señalado: también me presentaron el proyecto del libro Retrón, que trata la discapacidad con Raúl Gay como protagonista, y en el que participé en una entrevista que me hacía Antonio. Y entré en contacto con Laura Morrón y Oihan Iturbide, de la editorial Next Door Publishers, un encuentro del que surgió algo genial: la posibilidad de escribir y publicar un libro sobre edición genética y CRISPR: Recorta, pega y colorea, las maravillosas herramientas CRISPR, en el que contar la historia de Francis Mojica, que terminé publicando en 2019.

También en 2017 Javier Peláez me convenció para ir al Naukas Bilbao de ese año, concretamente al Naukas Pro, donde hablé sobre albinismo: ahí descubrí realmente lo que significa Naukas, me quedé impresionado y conocí a mucha gente. En 2018 pude asistir de nuevo y participé en una sesión en la que Antonio y yo entrevistábamos a Francis Mojica. Poco a poco me introduje en un circuito nuevo de divulgación. Ya había cogido ritmo con los eventos Naukas y he dado charlas en Valladolid, Murcia, A Coruña… Lo que ha conseguido Naukas es espectacular, reunir a gente muy diversa con un mismo objetivo al que cada persona llega de manera diferente, combinando conocimiento, entretenimiento y divulgación con estilos muy variados. Es el ejemplo de que llevar la divulgación a las ciudades funciona, es algo que deberíamos hacer más, también en los pueblos.

En la entrada del CNB-CSIC, antes de la entrevista (foto: José A. Plaza).

¿Cómo surgió la idea de tu blog Gen-Ética?

En los primeros años de Naukas no escribí en la plataforma. El nacimiento de Gen-Ética fue sencillo: ética y genética son dos de mis pasiones, unirlas era lógico y Javier Peláez me dio la oportunidad de hacerlo. Llevo ya 3 años con el blog y, además de escribir en él cosas originales de manera periódica, lo utilizo para integrar muchas de las cosas que hago en divulgación, como charlas, entrevistas, libros, etc. La primera entrada que escribí fue sobre edición genética en animales. Mi afición por los blogs empezó cuando desde la Asociación de Comunicadores de Biotecnología (ComunicaBiotec), de la que soy socio casi desde su nacimiento en 2014, me comentaron que si podía escribir un post. Lo hice y repetí, tratando temas como la posverdad en biotecnología y el uso responsable de la edición genética. Me gustó la experiencia, empecé a escribir algunas entradas más, y al final todo derivó en Gen-Ética. Escribir es una de las cosas con las que más disfruto en esta vida.

 

Medios de comunicación y redes sociales. ¿Cuáles prefieres para divulgar?

Me atraen casi todos los canales y he intentado tocar todos los palos para ver cuáles me gustan más y en cuáles creo que saco más rendimiento. Llevo muchos años colaborando mucho con medios de comunicación. He estado en televisión, radio, prensa, digitales… En redes sociales, Twitter, Instagram, Linkedin, Facebook, Twitch, Clubhouse, incluso Youtube, que era de las pocas cosas que no había probado, y mira que lleva años en boga. Me considero un poco todoterreno y trato de aprovechar lo que te da cada canal de divulgación. En medios, lo que más me gusta es la radio, es donde estoy más cómodo; creo que explicar las cosas sin imágenes tiene su punto, y que hay un código especial entre quien habla y quienes escuchan. Por ejemplo, le tengo especial cariño a mis colaboraciones en A hombros de gigantes, de Manuel Seara, en RNE.

 

Durante el confinamiento tuviste un pequeño momento Eureka y nació BioTente, una forma improvisada y diferente de divulgar jugando con la nostalgia.

La pandemia fue otro punto de inflexión, porque no se podían hacer muchas cosas y yo seguía teniendo interés por contar cosas, así que un día me puse a pensar y, tras darle vueltas, di con la ya famosa idea del BioTente y los vídeos en los que explicaba temas de genética utilizando piezas de un juego de construcciones de mi infancia y de la de mis hijos. En vez de buscar un modelo complejo, lo hice bastante casero, probando en una plataforma que apenas había explorado, Youtube, y con la gran ayuda de Montse, mi mujer, que fue quien grabó todos esos vídeos. Lo lancé sin muchas expectativas y, sorpresa, triunfó bastante. Nunca sabes por dónde van a salir mejor las cosas, así que hay que probar.

 

“No me gusta la palabra ‘excelencia’. El trabajo digno es fundamental en ciencia, igual que la ‘clase media’. Hay que cultivar una gran base de personas haciendo buena ciencia con buenos recursos, sin necesidad de que sean los mejores”

 

¿Qué es para ti la divulgación? ¿Afición? ¿Dedicación?

Lo primero que siempre digo es que yo soy científico, investigador, y no divulgador profesional. No quiero, ni puedo, hacer divulgación a tiempo completo: me gusta contar la ciencia y lo hago cuando y tanto como puedo. Y con una máxima, que recomiendo y que desde luego me aplico siempre como científico: cada persona que hable de lo suyo. Otra máxima que tengo, y que siempre recomiendo a quien quiere divulgar ciencia desde el mundo de la investigación, es que lo primero es hacerla, investigar. Hay que formarse, tener un bagaje, buscar el contexto, encontrar el tiempo, comprender la comunicación… Una vez has recorrido ese camino es más sencillo destinar parte de tus esfuerzos a la divulgación. Ojo, que esto lo digo como científico: hay divulgadores profesionales, periodistas, comunicadores, etc., que se dedican a contar las cosas porque es su trabajo, y lo hacen estupendamente. Es verdad que en la comunidad científica hay personas que tienen mucho talento y que pueden ‘saltarse pasos’ y divulgar casi de inicio de muchos temas, pero no es mi modelo. Creo que yendo poco a poco hasta llegar a la divulgación ésta puede ser de mayor calidad.

 

¿Entiendes la divulgación como una obligación?

No se puede obligar a divulgar a quien no quiere, pero sí creo que contar qué hacemos es un deber científico. Hemos pasado demasiado tiempo sin hablarle a la sociedad, o sin hacerlo de manera correcta. Comunicar y divulgar cada vez más desde la ciencia es un gran avance. Ha habido momentos importantes, como el de la oveja Dolly: la biotecnología encontró un tema que interesaba mucho tanto a la ciencia como a la sociedad y lo explotó muy bien. Ahora casi todo el mundo sabe quién es Dolly, cómo nació, qué significaba… Es un ejemplo de que la comunicación científica puede calar en la gente.

El despacho de Lluis Montoliu es un horror vacui de libros, apuntes e imágenes (foto: José A. Plaza)

La pandemia ha impulsado más aún el ‘boom’ de la divulgación que ya existía años atrás. ¿Qué ha supuesto?

Cosas buenas y malas. Hay más científicos que divulgan, más sitios donde hacerlo y mucha gente muy buena. Pero, también, en pandemia he visto demasiados ejemplos de lo que antes comentaba, gente hablando de lo que no es su campo. Yo he dicho muchas veces que no quería hablar de tal o cual cosa que no es la mía. Muchas veces hay que leer y escuchar en vez de hablar. No digo que una persona, si se lo trabaja, no pueda hablar de temas en los que no es súper experta, pero creo que desde la ciencia haríamos mejor en dedicarnos a contar las cosas que mejor manejamos.

 

España y la ciencia no se han dado tradicionalmente mucho la mano: ¿Puede la divulgación hacer crecer la ciencia y su importancia política y social?

Al menos lo intentamos. La divulgación ha crecido mucho en los últimos años, pero la apuesta por la ciencia no tanto como nos gustaría. La ciencia progresa en España, pero muy poco a poco. No hay más que ver las cifras de lo que va de siglo. En los últimos años hay mejoras, pero leves. Con la pandemia ha habido un lógico empujón presupuestario, pero no sé si suficiente. Seguimos muy lejos de los países de referencia. No suelo ser muy ‘quejica’ con estas cuestiones, pero la verdad es que molesta escuchar la palabra ‘ciencia’ en boca de todos los políticos y luego no ver apenas soluciones… Pruebas son amores, que se suele decir. Y hay cosas que parecen más sencillas que dar más dinero, como por ejemplo trabajar de manera lógica y cómoda, cosa que muchas veces no nos dejan hacer: somos científicos, no gestores.

 

“En divulgación hay que saber decir ‘no’; muchas veces hay que leer y escuchar en vez de hablar”

 

¿Qué te dice la palabra ‘excelencia’?

No me gusta nada. El trabajo digno es fundamental en ciencia, igual que la existencia de una ‘clase media’. Eso es lo que hay que cultivar, una gran base de personas haciendo buena ciencia con buenos recursos, sin necesidad de que sean los mejores entre los mejores. Está bien tener a gente buenísima, superlativa, pero casi es más necesario tener mucha gente que haga su labor, que cumpla, que ponga su granito de arena. No podemos machacar a la mayoría de las personas que hacen ciencia por buscar sólo la excelencia: la clase media es la que debe garantizar la situación y la ilusión de las próximas generaciones.

 

¿Faltan referentes en ciencia que lo sean también para la sociedad?

Sí. Y también hacer más sitio para que la gente joven pueda asomar y consolidarse. Estos dos últimos años hemos contado con gente buenísima como Margarita del Val o Ignacio López Goñi, que han calado más allá de la propia ciencia y que ya son conocidos entre la gente, pero de nuevo volvemos a lo de antes, a la excelencia: no hay que buscar sólo gente ‘top’. Creo que entre los 30 y los 40 años son los mejores momentos de un científico, la época en la que se es más creativo, muchas veces coincidiendo con el periodo postdoctoral, que a veces te permite explotar y dar lo mejor de ti. Hay que aprovechar a la gente en esa edad, potenciar su presencia y facilitar un entorno en el que puedan llegar a ser referentes científicos y sociales.



Por José Antonio Plaza, publicado el 6 noviembre, 2021
Categoría(s): Actualidad • Entrevistas Naukas • Genética • Naukas