Helena Matute: «Nos estamos acostumbrando a delegar nuestra capacidad de decisión»

Por José Antonio Plaza, el 28 julio, 2022. Categoría(s): Entrevistas Naukas
Helena Matute (imagen de Javier Sesma), antes de una charla en el Planetario de Pamplona.

 

Helena Matute (Bilbao, 1960) no tenía claro que se iba a dedicar de por vida a estudiar la mente y el comportamiento de las personas. Estudió Psicología sin la certeza de que acertaba con la elección -estuvo a punto de hacer Biología-, pero la asignatura de Psicología Experimental le abrió las puertas de un mundo que le apasiona. Desde la Universidad de Deusto, en el Laboratorio de Psicología Experimental, lleva años investigando y enseñando cómo funcionan los sesgos cognitivos, el aprendizaje, las asociaciones mentales, las ilusiones causales y la relación entre nuevas tecnologías y conducta humana, entre otras cuestiones.

Lleva mucho tiempo defendiendo que la adicción a Internet no es tal, y que las nuevas tecnologías digitales no son malas, pero admite que en los últimos años los peligros relacionados con el uso de algoritmos y a la llegada de la inteligencia artificial están complicando más las cosas y aumentando el riesgo de los usos perversos. Cree que no comprendemos del todo bien la ciencia, que es posible que nunca entendamos el funcionamiento de nuestro cerebro, y que hace falta recuperar un razonamiento crítico que nos ayude a combatir sesgos, bulos y manipulaciones cognitivas.

Protagonista habitual en las charlas Naukas, lleva más de 20 años sumando la divulgación a sus labores de investigación y docencia. Colabora de manera habitual con diversos medios de comunicación, ha escrito varios libros -entre ellos ‘Nuestra mente nos engaña’- lleva 10 años escribiendo un blog (aunque reconoce que lo tiene un tanto abandonado), y ha ganado, entre otros, los premios Prisma Casa de las Ciencias y Jot Down [por este artículo] de divulgación científica. Más allá de la ciencia, el depaorte está entre sus grandes aficiones, especialmente el montañismo.

Entre los libros que recomienda para profundizar en su trabajo están ‘Introducción a la Psicología’, de Lilienfeld; ‘Pensar rápido, pensar despacio’, de Kahneman, y ‘Cognitive Illusions’, coordinado por Rüdiger Pohl. Al hilo del título escrito por Kahneman, una de las recomendaciones generales de Helena Matute es hacer algo sencillo, pero cada vez más difícil: pararnos a pensar. La pausa, y no sólo el conocimiento, nos puede permitir tomar mejores decisiones, aunque admite que nunca vamos a dejar de errar y equivocarnos.

¿Cómo llegaste a la Psicología?

En el colegio me gustaban algunas asignaturas, como la biología, la filosofía y la historia del arte, también el deporte, cosas bastante inconexas. La verdad es que no era buena estudiante, iba pasando cursos sin más. En el Instituto escogí la opción de mixtas, con un poco de filosofía, biología, matemáticas y arte. No sabía qué carrera estudiar y cuando se acercaba el momento de decidir estaba entre Biología, Bellas Artes y Filosofía, pero pensé que la Psicología también podía gustarme por algunos contenidos que había estudiado en Filosofía. Al final, casi tirando una moneda al aire y tras descartas Bellas Artes porque pensé que iba a tener menos salida profesional, decidí Psicología por delante de Biología. Estudié en la Universidad de Deusto.


¿Acertaste? ¿Cumplió la carrera tus expectativas?

Cuando estudié Psicología aún era una gran mezcla de ciencia y pseudociencia. Había muchas cosas que no tenían evidencia y a las que no les veía fundamento, y otras parecían más convincentes. Realmente yo no sabía por entonces qué era la ciencia y si me gustaba, pero había cosas que me resultaban extrañas. No lo tenía muy claro y al acabar tercer curso pensé en dejar la carrera, pero al final seguí y en cuarto curso tuve la asignatura de Psicología Experimental, que me lo cambió todo. Por fin podía plantear una hipótesis y ponerla a prueba, sin discutir sólo si Freud, Skinner o Piaget tenían o no tenían razón en lo que decían. Me pareció fantástico y ahí me enganché de verdad, cuando comprendí que podía poner las cosas a prueba. Aprendí que tenía que ir más despacio de lo que yo quería, que no podía abarcar tanto y que debía hacer pequeños experimentos que englobaban trocitos de la psicología, aprendiendo a ir poco a poco en la investigación de percepción, aprendizaje, razonamiento… Y me encanta. Sigo aprendiendo cada día.

¿Qué es la Psicología Experimental?

Consiste en hacer experimentos sobre cómo funcionan la mente y la conducta humana. Yo me he centrado en procesos psicológicos básicos, como aprendizaje, memoria, percepción, atención… Con investigación de laboratorio, con objetivos pequeños y mucha rigurosidad de métodos. Cada vez hay más psicología experimental en las diferentes ramas de la psicología: en la clínica, la escolar, la deportiva, la social… Cada vez más áreas aplican el enfoque experimental. Últimamente también triunfa mucho la relación entre las neurociencias y la psicología, que es muy interesante, pero a mí me gusta más la experimentación sobre cognición y conducta humana. Es fascinante.

Querías investigar, pero surgió la docencia. ¿Cómo es el equilibrio entre ambas?

Es un equilibrio casi obligado y muy difícil que dura toda la vida. Yo quería investigar al acabar la carrera, pero no lo veía muy factible. Si ahora no es fácil antes era aún más complicado. Para hacer investigación en Psicología casi la única opción entonces y ahora es ser profesora universitaria. Pensé en irme a Estados Unidos a hacer la tesis doctoral, pero era muy difícil conseguir becas de investigación, así que empecé a hacer diferentes trabajillos y a plantearme si hacer en Deusto el doctorado.

Mientras veía qué hacía con mi vida, con trabajos paralelos de secretaria en una empresa y de guía turística en otra, tuve la oportunidad de hacer prácticas como ayudante de un profesor para echarle una mano con sus clases. En ese momento también pensaba si pasarme a la universidad pública, porque Deusto es privada, pero tenía que dominar el euskera, lo que me obligaba a elegir entre el euskera o el doctorado en aquel momento. Cuando iba a ponerme a estudiarlo en serio, me dijeron en mi universidad que se marchaba un profesor que precisamente impartía Psicología Experimental, y que era posible dar alguna de sus asignaturas. Finalmente me dieron la asignatura de Psicología del Aprendizaje, con dedicación parcial, y ahí ya decidí hacer la tesis.

“No hace falta ser científico, pero sí comprender la ciencia y su valor en el día a día”

¿Sobre qué tema la hiciste?

Sobre el ámbito al que me estaba dedicando en mi docencia, la psicología del aprendizaje. Concretamente, en torno a una dicotomía que observé entre los estudios de conducta supersticiosa, de Skinner, y de indefensión aprendida, de Seligman. Por aquellos años, finales de los 80, Skinner había sido ya muy criticado, y muy olvidado también. Estaba de moda la postura de Seligman, que se aplicaba a mil cosas. De hecho, ni siquiera solían compararse sus investigaciones. De manera muy simplificada, Seligman proponía que si te enfrentas a situaciones que no puedes controlar, te deprimes, te quedas indefenso y dejas de intentarlo, mientras que Skinner había trabajado anteriormente sobre la idea de que los organismos (personas y animales) expuestos a situaciones incontrolables no se dan cuenta de que no tienen control, y pueden desarrollar incluso conductas supersticiosas. Skinner no lo diría nunca de esta forma, y los skinerianos actuales suelen ser muy puristas y seguro que no les gusta nada que lo explique de esta forma, pero para mí es la forma más sencilla de abordar esta dicotomía.

Además, en los años los 70 la psicóloga Ellen Langer profundizó también en lo que ocurre cuando no tenemos control y describió un fenómeno muy relacionado con la superstición, la ‘ilusión de control’, que consiste en creer que tenemos control cuando no lo tenemos, un tema que fue también central en mi tesis y que sigue siendo fundamental en mi investigación. En el fondo, la cuestión es ver si te das cuenta de si estás o no ante una situación incontrolable, y saber cómo enfrentarte a ella gracias a ese conocimiento. Planteé que se pueden dar ambas situaciones contradictorias en la vida real, que la indefensión y la superstición, con su correspondiente ilusión de control, podían convivir, porque eran dos caras de una misma moneda. Pero me costó una barbaridad publicar sobre esto; me rechazaron muchos artículos hasta que lo logré años más tarde.

¿Has continuado estudiando sobre este tema?

En los últimos años he vuelto a temas similares, pero en medio he pasado muchos años investigando aspectos mucho más básicos sobre la mente y la conducta, especialmente cómo aprendemos los humanos y los demás animales. Creo que esto debe ser un paso previo a cualquier aplicación que queramos hacer al campo de la superstición, la indefensión, o cualquier otro. De qué depende la adquisición de conocimientos, qué errores cometemos, qué asociamos con qué, cómo aprendemos mejor, qué factores potencian la interferencia en memoria, cómo es el aprendizaje predictivo y causal… Últimamente vuelvo a investigar más las posibles aplicaciones de todo esto: ilusión causal, pseudociencias, desinformación, relación de los humanos con la inteligencia artificial y la tecnología en general… ¡Es muy bonito!

 

Helena Matute, a la derecha, con su equipo de investigación en la Universidad de Deusto.


Investigación, docencia… Y divulgación. ¿Cuándo empiezas, además de hacerla, a contar la ciencia al público?

Empecé a hacer divulgación a principios de la década de los 2.000, hace algo más de 20 años. Yo siempre he leído mucho sobre diferentes ámbitos científicos, temas asequibles de otras ciencias, y me di cuenta de que de psicología no había casi nada. Me propuse escribir sobre ello y probé con diferentes sitios de divulgación, hasta que Alex Fernández Muerza y su proyecto Divulc@t [luego eCiencia] me acogieron, empecé a publicar con ellos y me gustó mucho. Más tarde llegó Naukas, donde estuve como público dos o tres años, desde sus principios en 2011, y donde pude conocer a mucha gente. Hablando con Javier Peláez llegó un momento que me dijo de colaborar, y escribí algunas cosas en el blog para luego ya participar en las charlas. La primera que hice fue en 2014, sobre trucos para reducir sesgos; estaba temblando y hecha un manojo de nervios, pero salió muy bien y me trataron genial. Y no he dejado de ir a Naukas Bilbao y de dar charlas entre esa familia que se ha ido creando con los años.

Justo se cumplen 20 años de dos momentos importantes para tu trayectoria divulgadora: 2002 fue un año clave…

En 2002 publiqué un artículo que se llamaba ‘La adicción a Internet no existe’, en un momento en el que casi todo el mundo empezaba a hablar de esa posible adicción. Conseguí muchas más citas con este artículo divulgativo que con mis artículos científicos. Se movió muchísimo y tuvo mucha repercusión porque rebatía un pensamiento muy común: que Internet era malísimo. Ese mismo año me dieron el Premio Prisma de Divulgación por mi trabajo ‘Adaptarse a Internet, mitos y realidad sobre los aspectos psicológicos de la red’, que luego se publicó en forma de libro en 2003. Yo por entonces era muy optimista y venía a decir que no había que preocuparse tanto, que Internet era solo una herramienta, un contexto más en el que nos relacionamos con otras personas. Sigo siendo muy optimista en parte, pero es verdad que ahora hay más amenazas que entonces.

 “Internet es una herramienta muy útil; lo malo es usarlo con intención de experimentar con la gente, dirigirla y manipularla”

¿Ha cambiado Internet, y las tecnologías digitales, o la forma de utilizarlas?

Hace 20 años aseguraba que la adicción a Internet no existe. Lo sigo manteniendo, pero con matices porque la situación ha cambiado. Hoy tenemos unas empresas súper poderosas que contratan a los mejores profesionales para que consigan que pasemos más y más tiempo en Internet, y para que lo utilicemos de una determinada manera. Las nuevas tecnologías sí nos hacen bastante daño a día de hoy, pero no tenía por qué ser así, porque Internet puede ser bueno y no es adictivo per se. Antes era un sitio más libre, y había estudios que demostraban que tras un primer momento de explosión, el tiempo de estancia se reducía y el uso se normalizaba. Esto no ocurre con las adicciones de verdad, que lo normal es que aumenten con el uso, no que se curen solas. No es bueno confundir la influencia de Internet y sus posibles riesgos, con otras cosas que sí nos provocan adicción real.

Has citado los intereses y herramientas para ‘dirigir’ nuestro uso de Internet. ¿Puedes explicarlo más?

Ahora Internet se usa para casi todo. Es normal pasar mucho tiempo metido y es una rutina asumida. Aun así, ese no es el problema. Escuchar música en Internet, ver series o hablar con gente es normal: lo malo es que hay intencionalidad de retenerte y dirigirte dentro de ese uso. Es lo que se llama economía de la atención. Desde un punto de vista de la Psicología sabemos cómo las empresas compiten por nuestra atención, que es muy limitada, y las consecuencias que esto puede tener. Por sus objetivos, tienen que estar bombardeándonos y saben cómo hacerlo. Recogen miles de datos personales y hacen experimentos a tiempo real con las personas. Quienes nos dedicamos a hacer estos experimentos controlados, con ética y bajo ciertas normas y consentimientos, vemos que estas empresas los hacen con total libertad y sin medida, como les da la gana, recogiéndo y analizándolo todo.

Aunque suene distópico y manido, ¿somos en este sentido una suerte de cobayas a gran escala?

Totalmente. Saben cómo hacer que reaccionemos y cómo dirigirnos. Hay experimentos, por ejemplo, sobre contagio emocional, sobre la capacidad de los algoritmos de manipularnos… Si yo planeo estas prácticas a un comité de ética, para hacer una investigación regulada desde la ciencia, no me dejarían hacerlo. Psicológicamente es un problema importante: estos procesos de manipulación influyen en decisiones personales y sociales… Quienes nos dedicamos a esto alucinamos al ver los resultados de los experimentos controlados que hacemos sobre la capacidad de los algoritmos de influir en las personas. La manipulación a gran escala que hacen estas empresas influye en economía, en política…

 

Durante una charla en un Naukas Pamplona (imagen de @yojosemere)

 

Entre tus ámbitos de estudio, en este sentido, entra también el uso de la inteligencia artificial (IA). ¿Qué papel tiene en nuestra percepción e interpretación del mundo?

La IA, y los algoritmos que desarrolla, cambian nuestra manera de encarar nuestras actividades diarias. Facilita procesos, pero hay que ser cuidadoso. Nuestras investigaciones muestran que no podemos fiarnos ciegamente, por mil motivos. Doy por hecha la parte buena, hay mucho marketing y publicidad alrededor, porque es beneficiosa. Pero desde la Universidad debemos encarar los posibles problemas de que nos ahorren tiempo dándonos opciones dirigidas. Lo mismo que nos ayudan a elegir libro, nos intentar ‘ayudar’ a elegir a qué político votar. ¿Qué criterios hay detrás? La gente se fía cada vez más de lo que le dice la IA, o al menos asume esta ayuda, algo que vemos en los experimentos. Nos estamos acostumbrando a delegar nuestra capacidad de decisión.

¿Pensamos poco? ¿Pensamos mal?

Son cuestiones que entroncan con la base del pensamiento crítico. No sé si tendemos a pensar menos o sólo a pensar diferente. Twitter es un buen ejemplo: el algoritmo te guía, pero yo a veces lo elimino para hacerlo a mi manera. Cada vez hay que hacer más esfuerzos para evitar estas directrices impuestas. De forma paralela, tendemos a retener menos la información porque sabemos que podemos recuperarla. El efecto Google nos lleva a saber más dónde buscar la información que a conocer la propia información. Además, a menudo buscamos mal en Internet, puesto que nos dejamos guiar por nuestros propios sesgos, como el de confirmación [en cuestiones de salud, Doctor Google y el sesgo de confirmación]. Nuestra atención cambia también. La inteligencia artificial aplicada a los coches autónomos puede ser un buen ejemplo. Igual que si sabemos que podemos consultar la información tendemos a aprender menos los datos, si conducimos un coche autónomo que sabemos que va solo tendemos a perder atención y distraernos. ¿Somos entonces responsables de un hipotético accidente si nos dicen que podemos despreocuparnos del todo en el coche, porque se conduce solo? La inteligencia artificial debe ayudar, no sustituir.

En el proceso de recepción y comprensión de la información son claves otros de los factores que más estudias: los sesgos cognitivos. ¿Qué son?

Los sesgos cognitivos son errores que todos cometemos en nuestra forma de razonar, ver y percibir el mundo; son errores previsibles que solemos cometer todos en la misma dirección y que siguen un cierto patrón. Estos errores son difíciles de corregir, aunque podemos tratar de evitarlos en ocasiones. La clave es reconocer que tenemos esos sesgos y, ante una situación en la que sea importante evitar errores, prestar atención y pensar mejor las cosas. Podemos minimizar los errores trabajando en tener consciencia de ellos, pararnos a pensar, dudar y luego actuar. En el día a día es casi imposible, porque vamos muy rápido y no suelen ser errores graves, pero para reducir sesgos es importante pararnos a pensar cuando consideramos que las cosas son importantes.

Lo que vemos en nuestros experimentos es que no hay que tener grandes conocimientos; observamos que, simplemente con la oportunidad de parar y pensar de nuevo, suele ser suficiente para a veces minimizar estos sesgos, que ocurren cuando vamos con prisas o no pensamos. No es tanto falta de información como falta de atención y de pensamiento crítico. Debemos preguntarnos de vez en cuando si las cosas no podrían ser de otra manera, si no podríamos estar equivocados.

“No podemos disociarnos de nuestro cerebro: no sé si podremos llegar a entenderlo y a entendernos”

¿Nos engaña nuestro cerebro?

Sí, pero hay que puntualizar. Esa afirmación yo la uso mucho, pero puede sonar dualista. Es sólo una forma de hablar. No queremos decir “ahí está mi cerebro (o mi mente), que me engaña, y aquí estoy yo”, porque siempre somos nosotros mismos. Nuestra percepción y nuestro razonamiento están limitados y siempre tienen sesgos; siempre vamos a cometer errores y hay cosas que quizá no podamos llegar a comprender. Cada vez tengo más clara la importancia del método científico, esa herramienta que ha inventado la humanidad precisamente para reducir esos sesgos. Para escapar de ellos es fundamental compartir la ciencia y hablar con otros científicos, recibir jarros de agua fría, darte cuenta de posibles errores…

Yendo más allá, ¿comprendemos nuestro cerebro?

Es la pregunta del millón. No lo sé. Hemos avanzado mucho, pero nos queda mucho más por avanzar. ¿Tiene la capacidad el cerebro humano de conocerse a sí mismo? Porque no podemos disociarnos, analizarlo desde fuera, ni librarnos de nuestros sesgos. Cada vez tengo más sensación de que no vamos a lograr entenderlo. Creo que estamos hechos más para adaptarnos al medio que para conocerlo y comprenderlo. Nuestra adquisición de conocimientos depende de muchísimas variables: el orden en que te llega la información, las interferencias entre datos nuevos y antiguos, el contexto, nuestra tendencia a confirmar lo que ya sabemos, a saltar a las conclusiones, al pensamiento de grupo… Todos nuestros sesgos y nuestras adaptaciones al ambiente nos influyen, y definen cómo interpretamos ese conocimiento. Aplicado al ámbito científico, la propia historia de la ciencia define su futuro; es un hilo ya marcado y no sé si tenemos capacidad para salir de ahí. Todo lo que hacemos son inferencias.

También investigas en torno a las pseudociencias. ¿Está la Psicología especialmente afectada?

Todas las ciencias han surgido inicialmente de alguna pseudociencia. Algunas maduraron antes y otras son más recientes. La Psicología ha mejorado y en las facultades cada vez hay menos pseudociencias, aunque aún las hay. No sé decir un momento exacto en que me intereso por esto. Investigaba sobre superstición e ilusión de control, procesos de aprendizaje, asociación de estímulos, asociación de causas y efectos… Quizá esto me llevó a darme cuenta de que hay muchas inferencias que creemos causales y son erróneas o ilusorias. El mundo está lleno de ilusiones de causalidad, es un problema grave en la sociedad y ahí están las pseudociencias para aprovecharse, normalmente de manera interesada. Y es labor de la Psicología, precisamente, investigar el funcionamiento de las pseudociencias: cómo surgen, cómo se mantienen, cómo pueden prevenirse… Todo eso es investigación psicológica. Como psicólogas podemos ayudar a reducir su impacto.

 

Junto a Luis Alfonso Gámez, presentando a James Randi, en una conferencia celebrada en 2012 en la Universidad de Deusto.

 

¿Cómo trabajas en este ámbito?

Nosotros no estudiamos pseudociencias concretas. Es difícil entrar ahí, lo que hacemos son experimentos inventándolas: generamos cuestiones ficticias en laboratorio y las aplicamos con personas que saben que van a participar en un experimento sencillo y dan su consentimiento. Programamos en un ordenador situaciones en las que controlamos una relación causa-efecto que no es real entre dos cosas. Por ejemplo, unos pacientes ficticios que están tomando (o no) un remedio concreto para una dolencia y dicen encontrarse bien al día siguiente (o no) al día siguiente, haciendo que las personas llegan a creer que esa relación de causa-efecto es cierta para estudiar su comportamiento. Analizamos las variables que influyen y favorecen esta creencia.

Es curioso ver cómo creemos que un fármaco inventado funciona cuando nos dicen que el 80% de las personas que lo han tomado se curan, pero no nos planteamos que también se ha curado un 80% por ciento de las personas que no han tomado ese fármaco y que, por tanto, ese presunto fármaco no sirve para nada.  Esto es un tipo de ilusión de causalidad, y concretamente se conoce como efecto de la probabilidad del resultado deseado. Puede darse en Medicina, en economía, en política… ¿Cómo y por qué cree la gente que su grupo político es siempre maravilloso?

“Es alucinante, para mal, lo que nos hacen las grandes empresas tecnológicas con los algoritmos y la inteligencia artificial”

Otra de las cuestiones a veces relacionada con la Psicología es la autoayuda. ¿Cómo valoras esta corriente con tanto calado social?

La autoayuda se vende muy bien, es fácil, son frases hechas que parece que dicen algo pero que no dicen nada. En Psicología no le damos crédito, pero aparece en estanterías junto a libros serios de nuestro ámbito. Muchas personas que escriben libros de autoayuda no son psicólogos ni conocen la psicología. En parte achaco su éxito a que ha habido poca divulgación de la Psicología, a escala internacional, y que además quizá no haya sido buena. Quien coja un libro serio de divulgación en psicología y uno de autoayuda se puede dar cuenta de cuál vale y cuál no. Es una pena, pero ha calado en la sociedad y creo que los psicólogos deberíamos ser más activos contra este tema, que no es ciencia y que aporta mensajes vacíos diciendo que son útiles.

Como psicóloga, ¿cómo ves la creciente importancia de las Ciencias Sociales?

Son cada vez más necesarias y, además, son cada vez mejores, más científicas y más basadas en la evidencia. El método experimental está entrando en todas las ciencias sociales, no solo en Psicología. Están ganando en importancia y tienen cada vez más impacto. Trabajamos cada vez con más datos, pero hay una visión que me da entre pena y miedo. Ahora que las ciencias sociales ganan peso y relevancia, con posibilidad de influir más, ¿vamos a utilizarlas bien? El uso de datos en ciencias sociales es un arma muy potente que puede utilizarse bien o mal, hay un uso social muy positivo y un uso que puede tender a la manipulación. Hoy día puedes influir en cómo gobernar un país o en cómo ver el mundo, cada vez hay más gente intentándolo. El big data en comportamiento humano puede tener mucha fuerza. La gente no quiere que nadie controle su vida, pero hay una tendencia de mal uso de las ciencias sociales computacionales. Necesitamos recuperar el control democrático. Creo que en ciencias sociales tenemos algo que aportar al mundo pero hay amenazas de un uso perverso.

¿Comprendemos bien la ciencia? ¿Cómo ves la percepción social hacia ella?

No la comprendemos bien. Hay que hacer mucha labor, por ejemplo en los colegios. Estamos colaborando en un proyecto con la FECYT realizando unos experimentos en ámbito escolar, con idea de mostrar a los adolescentes las ilusiones de causa-efecto, los factores que llevan a la credulidad, etc., para fomentar el pensamiento crítico enfocado a la ciencia. Enseñar a los adolescentes la manipulación y luego desmontarla es muy útil para que aprendan a utilizar en su día a día el método científico: saber qué preguntar, cómo dudar, de qué manera reconocer bulos o manipulaciones, entender cómo tratar de evitarlas, poder comprobar las cosas… No hace falta que todo el mundo sea científico, pero sí conocer y comprender la ciencia para el día a día, entender su valor. Tenemos que conseguir ser más críticos y que no nos cuelen falsos crecepelos modernos.

 

NOTA FINAL: Esta entrevista, realizada por el periodista José A. Plaza, forma parte de una serie de conversaciones-entrevistas con divulgadores y divulgadoras de la ciencia. Antes de ésta se han publicado las siguientes entrevistas:

Esta serie surgió tras la publicación de este reportaje sobre el décimo aniversario de Naukas y continuará con nuevas entregas. En cada entrevista se habla sobre la labor de la persona entrevistada como científico/a y/o comunicador/a, sobre su campo científico de trabajo, sobre la relación con Naukas y sobre la divulgación científica en general.



Por José Antonio Plaza, publicado el 28 julio, 2022
Categoría(s): Entrevistas Naukas