Teresa Valdés Solís (Oviedo, 1976) se dedica a investigar materiales y estructuras capaces de mejorar, gracias a un proceso denominado catálisis, reacciones químicas relacionadas con aplicaciones energéticas y medioambientales. Trabaja desde hace 20 años en el Instituto de Ciencia y Tecnología del Carbono (INCAR), dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Ingeniera Química de formación, sus ganas de contar la ciencia le llevaron a introducirse en el mundo de la divulgación, y a estudiar un título universitario de comunicación científica para consolidar sus pinitos en el mundo de la docencia. Ha sido presidenta de la Asociación de Divulgación Científica de Asturias, forma parte de la plataforma Naukas desde hace diez años y es vocal de la Comisión de Mujeres y Ciencia del CSIC.
Estudió en un centro de monjas dominicas que, en contra de posibles prejuicios, le inculcaron un modelo de mujer libre e independiente. Está convencida de que los colegios son el lugar ideal para fomentar el interés por la ciencia, considera que el término ‘vocación’ no es el más adecuado para acercar la ciencia a los niños, niñas y adolescentes, y cree necesario desmitificar la profesión de científica para que la gente pueda entenderla mejor y sentirla más cercana. A su juicio, hay que hablar tanto de la parte bonita de la ciencia como de la menos agradecida.
Muy interesada en la relación ciencia-mujer, reconoce que durante muchos años vivió en una burbuja inconsciente que, cuando estalló ante la realidad de los datos, le hizo enfocar parte de sus esfuerzos en visibilizar el papel de las mujeres científicas y concienciar sobre las desigualdades que aún existen. La ciencia es su trabajo y también forma parte de su ocio; su tiempo libre lo dedica, además de a su familia, a “leer, leer y leer”.
¿Descubriste pronto tu interés por la ciencia?
Mi padre era ingeniero de minas y mi madre estudió Químicas y era profesora de Instituto. Los dos eran de ciencias y yo también salí así, aunque de pequeña no tenía una vocación clara. Por aquel entonces las Ciencias se consideraban como por encima de las Letras, y a quienes destacábamos un poco más en el colegio nos empujaban más hacia ese camino. En todo caso, yo siempre preferí enfrentarme a un problema de matemáticas que a una redacción de lengua. Las Matemáticas y la Química fueron mis asignaturas preferidas.
¿Dónde estudiaste?
Estudié en Oviedo, en las Dominicas, un colegio de monjas sólo de niñas, que era también Instituto. Tengo muy buen recuerdo de esa época, las monjas eran majas y bastante modernas. Nos transmitieron el mensaje de que debíamos ser mujeres independientes, que estudiáramos lo que nos gustara y que el objetivo era no tener que depender de nadie.
¿Tuviste profesoras que influyeran en lo que querías estudiar en el futuro?
Sobre todo dos, Elena de la Fuente en Matemáticas y Ángeles Riera en Química, me marcaron bastante. Eran bastante diferentes, caracteres opuestos: la señorita Elena era muy rígida y seria, y la señorita Ángeles era un motorín, una mujer acelerada, casi espídica. Ángeles nos enseñó a plantear visualmente los problemas antes de resolverlos, algo que me ayudó mucho para conceptualizar la Química.
Finalmente, decidiste hacer Ingeniería Química
La verdad que al entrar en COU mi objetivo era hacer Física, pero no conecté nada con la profesora y esa idea naufragó rápidamente. Finalmente me decidí por Ingeniería Química, que se lanzó en 1994 como carrera independiente en la Universidad Oviedo. Mirando las asignaturas me pareció una carrera muy atractiva. La protección del medio ambiente estaba muy en boga ya por entonces y me pareció que no era la típica Ingeniería, que podía ser algo diferente, más moderna y con temática medioambiental. La verdad es que no tenía una gran vocación por nada, pero entré a gusto en Ingeniería Química.
Ahora hay algo más de orientación hacia la Universidad, se sabe mejor lo que significa, la oferta, las salidas… Cuando yo estudiaba el camino no estaba tan claro y no sabías lo que te esperaba. Mis padres me dejaron libertad para elegir qué quería estudiar. Yo sabía que quería ir a la Universidad, en parte porque era un camino que me marcaron casi por defecto, y a mí me gustaba estudiar. Pensándolo ahora, creo que no habría sido una buena física, no tengo la cabeza así de estructurada.
¿Disfrutaste la carrera? ¿Respondió a tus expectativas?
Era lo que esperaba. Fuimos la primera promoción, estuve contenta, me fue bien y conocí a mucha gente muy interesante con la que conservo contacto. Recuerdo que no tuvimos como asignatura de inicio Química General, y sí directamente otras más especializadas como Álgebra, Química Analítica, Ingeniería Mecánica, Termodinámica, Estructura de la Materia… A veces no sabíamos por dónde íbamos, estudiando un poco a lo loco cosas como los hamiltonianos.
Al avanzar en la carrera podías elegir entre tres especializaciones, una de ellas en el ámbito medioambiental, que estaba más orientada a lo que yo buscaba y que me llamó la atención desde el principio. Las otras dos especializaciones, una en bioprocesos y otra más de procesos químicos, me atraían menos. Tras enfocarme en la parte de medio ambiente, acabé la carrera en 1999.
Decidiste hacer la tesis y, además, empezaste a trabajar casi de inmediato. ¿Cómo fueron esos primeros años?
En el Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Oviedo tenían dos doctorados, que se iban turnando: Ingeniería Química y Tecnologías del Medio Ambiente. El año que yo acabé tocó este último, y me puse con ello. Por entonces ya estaba trabajando en el CSIC, porque en 5º de carrera había conseguido una beca de Introducción a la Investigación, unas becas que ahora se llaman JAE Intro, para estudiantes de penúltimo y último año de carrera, para hacer una estancia en un laboratorio.
Mi idea era irme a algún centro del CSIC fuera de Asturias, pero mi padre falleció justo cuando tenía que escoger dónde hacer las prácticas y ya no me apetecía tanto marchar de casa. En la reunión a la que nos convocaron en la sede del CSIC en Madrid, casi antes de decir que quería quedarme en Asturias, la persona con la que me entrevisté ya me dirigía hacia el INCAR, porque había grupos trabajando en eliminación de contaminantes y eso conectaba con mis intereses y mi especialización. Me dijeron que si me interesaba quedarme a hacer la tesis, y pude hacerla con un contrato a cargo de un proyecto y una beca de la consejería de educación de Asturias.
¿Sobre qué versó tu tesis?
Hice la tesis en torno a un proyecto europeo que buscaba reducir las emisiones de óxidos de nitrógeno en centrales térmicas mediante un proceso que se llama reducción catalítica selectiva, a base de reacciones con amoniaco. Desarrollamos unos catalizadores monolíticos para este proceso, cerámicos, como una especie de ladrillos que recubríamos con carbono y donde depositábamos los catalizadores de distintos metales de transición. Estudiamos la transformación de los óxidos de nitrógeno hacia nitrógeno gaseoso, que no es contaminante. Aunque no se probó la reacción en condiciones reales de centrales térmicas, sí que se hicieron pruebas de envejecimiento de los catalizadores, colocándolos en una corriente de salida de una central para ver si resistían las condiciones reales y seguían funcionando al cabo del tiempo.
Mientras hacías la tesis sí pudiste finalmente salir de España. ¿Qué tal fue la experiencia de trabajar en el extranjero?
Una gran experiencia. Estuve en Holanda, en la Universidad de Delft, donde fueron pioneros en el uso de monolitos de cerámica y carbono como soporte de catalizadores. Pasé allí tres meses, y al acabar la tesis estuve otro trimestre en un centro de investigación holandés, el TNO, que trabajaba estrechamente con la Universidad de Delft y con los que habíamos ya empezado a trabajar en la modelización del proceso de adsorción en los monolitos cerámico-carbono. Luego también pasé por Milán, donde seguí trabajando en catálisis, y más tarde, ya en 2008, estuve un año en Oxford antes de volver a España, porque ya había sacado la plaza por oposición. La verdad es que nunca pensé en quedarme fuera de España, entre otras cosas porque ya estaba casada y mi marido se había quedado en Oviedo.
Creo que donde lo mejor lo pasé fue en Holanda. Allí son parecidos a los españoles en la forma de tomarse la vida, más que por ejemplo la gente de Milán, porque no parecen italianos, y que la gente de Inglaterra. Me llamó la atención que, vista la equipación científica que vi en Holanda, Italia e Inglaterra, en España estamos bastante bien: no tenemos nada que envidiar. Quizá fuera sí son mejores en el tema de personal, pero en equipos estamos muy bien, creo. Además, comprobé que a los españoles nos quieren mucho en el extranjero, porque trabajamos bien y estamos muy bien formados.
“La divulgación científica aún no está muy reconocida en los centros de investigación”
Con el paso del tiempo, trabajando en el INCAR, te has especializado en catálisis. ¿Cómo explicarías este proceso de manera sencilla a la gente que no sabe mucho de química?
La catálisis es, afortunadamente, un proceso fácil de explicar. Suelo utilizar la metáfora de un túnel: cuando lo construyes cuesta dinero, pero luego te permite ahorrar mucho tiempo y energía. Un catalizador es una estructura que no se gasta y que te permite que el itinerario que se sigue para hacer una reacción química sea más sencillo, más corto y menos costoso. La catálisis es una especie de atajo para facilitar reacciones químicas.
Desarrollas tu labor científica en el INCAR, pero no trabajas con carbono…
Así es, aunque sí lo utilizo bastante en divulgación. Hace años que en mi grupo apenas trabajamos con carbono. Ahora lo hacemos con catalizadores soportados, como los de mi tesis, en los que casi nunca aparece este material. De hecho, cuando aparece no es bueno, porque suele ser un subproducto de las reacciones que ensucia el catalizador. Llevamos unos años trabajando con fotocatalizadores, que se activan en presencia de la luz: en vez de calentarlos, hay que darles luz para que actúen.
¿Cuál es vuestro objetivo con los fotocatalizadores?
La mayor parte de fotocatalizadores que hay, y que se están estudiando, funcionan casi en exclusiva con luz ultravioleta. El problema es que, en el espectro de luz solar, la luz ultravioleta representa sólo el 5%, por lo que nuestro objetivo es desarrollar materiales activos relacionados con el espectro visible, con idea de poder aprovechar más y mejor la luz que tenemos. Mi grupo trabaja con fotocatalizadores soportados, es decir, que incluyen un soporte que puede ser flexible. Son soportes que permiten aprovechar mejor el catalizador porque te ofrecen diferentes ventajas y permiten aprovechar mejor la energía, minimizando posibles caídas de presión.
¿Podrías poner algún ejemplo práctico de la utilidad de los fotocatalizadores?
Trabajamos con dos tipos de reacción: eliminación de contaminantes del agua y producción de hidrógeno. En el caso de la eliminación de contaminantes, los procesos químicos convencionales no siempre permiten eliminar contaminantes que aparecen en muy pequeñas cantidades, o contaminantes ‘nuevos’ que de repente se detectan y que aún no están legislados, como restos de fármacos o de productos de belleza, que se acumulan en ríos y en las especies que los habitan. Una de las aplicaciones más conocidas es la eliminación mediante fotocatálisis de tintes en las aguas.
Con respecto al hidrógeno, la UE y la mayor parte de países consideran que, junto con la electricidad, es un vector energético imprescindible para conseguir un sistema energético más sostenible. Existen compromisos concretos para aumentar su uso, así que investigamos en mejores formas para producirlo, fotocatalíticas o no. Actualmente, cuando hablamos de hidrógeno verde, casi siempre nos referimos a la producción de hidrógeno a partir de agua y de electricidad de origen renovable, pero no es la única forma de obtener hidrógeno renovable: a partir de biomasa y a partir de alcoholes también se puede producir.
En el caso concreto de la fotocatálisis, cuando se añaden otras moléculas orgánicas al agua puede aumentar el rendimiento del proceso y reducir algunas de las dificultades a las que nos enfrentamos al intentar producir hidrógeno a partir de agua pura. Nuestro grupo lleva años trabajando en el reformado de metanol mediante procesos catalíticos, y últimamente tratamos de producir hidrógeno con fotocatalizadores, una manera que quizá no permitirá una gran producción, pero que sí puede abrir una nueva vía de obtención.
¿Trabajas con el grafeno, uno de los elementos más mediáticos en los últimos años?
No directamente, aunque en el INCAR sí que hay grupos que investigan sobre este material y toda la familia de materiales grafénicos. Pero sí he hecho divulgación sobre grafeno. Hasta he cantado sobre él en Cienciavisión, destacando sus cuatro características principales: conductor, transparente, ligero y resistente. Aunque no sea mi especialidad, la investigación con grafeno es una carrera al esprint: el primero que sea capaz de producir grandes cantidades con la calidad adecuada se llevará un pedazo de mercado muy importante. Hay mucho trabajo en marcha en empresas y centros de investigación.
Entrando en la divulgación científica, ¿cómo llegaste a ese mundo?
Cuando estaba en Oxford, en 2008, descubrí un canal de Youtube de un profesor, Martin Poliakov, que hacía vídeos basados en los elementos de la tabla periódica. Los subtitulaba en varios idiomas y me ofrecí para subtitularlos en español, y quizá fue mi primer contacto más directo con la divulgación, aunque antes ya había hecho alguna cosa puntual. Yo era más consumidora de divulgación que autora, pero cuando volví a España empecé a tomarlo con más interés, coincidiendo con el incentivo de que llegó a nuestro centro una compañera que venía de Madrid, Concha Prieto, trabajando directamente en comunicación y divulgación de la ciencia, y que comenzó a ocuparse de la divulgación de nuestro centro. Nos puso mucho las pilas, tenía muchas ideas, y fue un impulso para el INCAR, para la divulgación en Asturias y para mí.
¿Cómo llegaste a Naukas?
Llegó un momento que abrí un blog, Ciencia y Presencia, pero nunca ha sido muy activa, ha sido casi más un lugar donde guardar cosas y tenerlas reunidas. También abrí redes sociales, como Twitter. Pero cuando descubrí Naukas. Sería hacia 2011, pensé de inmediato que yo quería estar ahí. Cuando publicaron un especial sobre cambio climático, pregunté si podía participar, y Javier Peláez me dijo que empezara como colaboradora en el blog. Escribí varios artículos como invitada, y luego ya me dijeron de entrar definitivamente, con mi propio espacio Naukas. Yo quería estar ahí físicamente, divulgar sobre el escenario, y empecé a hacerlo en Bilbao de 2014, con la charla Diamantes en bruto, y una actividad en Naukas Kids, Detectives de la ciencia. Desde entonces he estado en todos los Naukas Bilbao que se han hecho, y también en otras ciudades como Valladolid. Participar en Naukas es casi un trabajo, pero es lo que quería y quiero hacer.
Mucha gente habla de la ‘Familia Naukas’, en la que, además, se ha ido generando un importante colectivo de mujeres divulgadoras.
Cuando comencé a participar en Naukas había todavía pocas mujeres en la plataforma. Estaban, por ejemplo, Natalia Ruiz Zelmanovich (la más grande) y Clara Grima. En ese momento entramos unas cuantas divulgadoras que nos hemos mantenido en el tiempo y a las que no puedo admirar más. Entre ellas, Susana Escudero (la voz), Gaby Jorquera, Conchi Lillo, Gemma del Caño, Laura Morrón, Laura Morán y muchas más, siempre me quedará alguna en el tintero. Ahora tengo cerca muchas referentes actuales de la ciencia que antes no tenía mientras las estudiaba. Aprendiendo a divulgar, como aún sigo haciendo, tengo que decir que son verdaderamente generosas, auténticas referentes. De ellas aprendo todos los días, de todos los temas, profesional y personalmente. Desde aquí, besazos enormes a las doñas.
“Viví en una burbuja de ignorancia hasta que la realidad me estalló y comprendí las desigualdades de las mujeres en ciencia”
En línea con tu labor divulgadora, siempre has estado muy interesada en la comunicación de la ciencia, hasta el punto que tienes un título de Experta Universitaria. ¿Por qué decidiste estudiarlo?
Me saqué el Experto Universitario en Comunicación Científica en la segunda edición del Máster de Cultura Científica de la UPNA-UPV que dirigen Joaquín Sevilla e Iñako Pérez Iglesias. Me matriculé en este Máster para mejorar mi formación, ya que estaba participando en Oviedo en un curso de comunicación social de la ciencia, impartiendo con Miguel Lurueña unas clases sobre nuevos formatos de divulgación, y quería tener un poco más de conocimientos. Quería hacer el máster completo, pero exigía mucha dedicación y compromiso y no iba a poder hacerlo bien, así que me quedé con la parte de experta universitaria, pero todos los años lo veo y me quedo con ganas de completarlo. La parte que estudié me motivó mucho, me impliqué y le dediqué bastante tiempo. La verdad es que siempre me ha gustado estudiar, y me sigue gustando.
Investigación, comunicación, docencia… Y más, porque actualmente eres vicedirectora de Programación, Seguimiento y Divulgación Científica en el INCAR. ¿Cómo ves la dedicación a la gestión científica?
No me disgusta, aunque quita una cantidad de tiempo infernal. Investigar y divulgar ya requiere de bastante tiempo, y sumar este puesto de gestión se nota. Me hace lidiar con el hecho de que la divulgación aún no está muy reconocida en los centros de investigación. Para temas de gestión sí hay más avances en la carrera profesional, pero en divulgación aún queda mucho. Se nota, por ejemplo, en el sexenio de transferencia. Aún falta reconocimiento y comprender que no todo tienen que ser grandes actividades con números muy altos, sino estar en lugares más pequeños en los que la ciencia no llega tanto, y donde la gente aún no está convencida de la importancia de la divulgación.
Seguimos sumando dedicaciones. También eres vocal en la Comisión de Mujer y Ciencia del CSIC, y perteneces a la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas. ¿Cómo te implicaste en el ámbito mujer y ciencia?
Llegué casi de improvisto, porque la verdad es que había estado mucho tiempo viviendo en una burbuja. Estudié en un colegio de chicas, donde las monjas eran bastante modernas, en la universidad conocí a muchas mujeres que estudiaron ingenierías, y en mi carrera más de la mitad de alumnos eran chicas. No tenía la sensación de estar en una situación en la que la mujer no hubiera alcanzado la igualdad. Si en algún momento pensaba, por ejemplo, por qué el CSIC nunca había tenido una presidenta, me decía que era circunstancial y que ya llegarían. Además, el INCAR es uno de los centros más feminizados del CSIC. La burbuja me estalló con datos, con la realidad.
¿En qué momento? ¿Qué significó?
Vi uno de los primeros informes de la Comisión de Ciencia y Mujer del CSIC. Comparé con mi realidad, me informé y me di cuenta de que mi entorno no era un fiel reflejo de la realidad global. Entonces comprendí que el mundo en el que había vivido también estaba lleno de desigualdades: las personas que habían venido a mi Instituto a contarnos cosas sobre nuestro futuro eran casi siempre hombres; la mayoría de ingenieras que había conocido se habían enfocado hacia la docencia; los profesores y catedráticos en la universidad eran casi todos hombres… Empecé a ver que pasaba algo de lo que no había sido consciente. Leí, me interesé, me puse las gafas violetas, y nunca ha dejado de preguntarme cómo pude vivir en tamaña ignorancia.
En este sentido, el año 2011 fue especial…
Fue el año en el que esta realidad se desbordó. 2011 fue el Año Internacional de la Química, y todo el mundo estaba montando actividades para conmemorarlo. En marzo nos dimos cuenta de que también era el Año Internacional de las Mujeres Científicas, y que se nos había pasado por alto. Me dio mucha rabia, porque yo ya llevaba un tiempo interesándome por el tema mujer y ciencia, y propuse una charla en mi centro sobre esta temática. Me la preparé mucho y se me fue de las manos: descubrí tanto contenido, tantas mujeres cuya historia merecía ser contada… Decidí hacer algo interactivo, con un panel muy grande en el que daba a elegir qué mujer quería la gente conocer, entre una gran oferta. La verdad es que funcionó muy bien.
¿Fue esta iniciativa el germen de uno de tus proyectos divulgativos más reconocidos, la Tabla Periódica de las Científicas?
Quizá, sí. Con todo lo que había estudiado sobre mujeres científicas… Llevaba ya muchos años informándome del tema, y la verdad es que la Tabla fue un oportunismo: en 2019 se conmemoró el 150 aniversario de la creación de la tabla periódica de los elementos, que desarrolló Mendeleyev. Ese año iba a haber tablas periódicas por todas partes, de todo tipo, porque ya sabemos cómo somos los químicos, que las ponemos en cortinas de baño, en calcetines, en pajaritas… Se me ocurrió buscar una tabla periódica sobre científicas, pero no la encontré. Había una de matemáticos, por ejemplo. Me puse a ello y en pocos días tenía configuradas a las 118 ‘elementas’ de la tabla periódica. Es algo que ha tenido mucha proyección, que se sigue difundiendo, que es una referencia y que, como es flexible, mucha gente sigue utilizando, por ejemplo en colegios, como base para reinterpretarlas y reinventarla.
Hace 10 años respondiste una pregunta sobre avances científicos que pueden cambiar el mundo, y citaste los combustibles limpios y las energías renovables, con hidrógeno y fotocatalizadores. ¿Qué responderías ahora?
Soy mala para esto: no soy capaz de decir mi libro favorito o mi canción, así que no sé si tengo una apuesta clara sobre esto. Sí sé que necesitamos combustibles más limpios y los necesitamos ya, pero es algo que ya decía hace 10 años y aún estamos en ello. Somos muy eurocentristas y a veces olvidamos que todo el mundo no va a la misma velocidad o en la misma dirección; aquí estamos cerrando centrales térmicas, por ejemplo, pero en todo el mundo el 87% de la energía que consumimos es fósil. Necesitamos medidas para limpiar lo que contaminamos, y las necesitamos ya.
“Para incentivar el interés por la ciencia la palabra vocación no es la más adecuada”
Creo que tienes algún reparo con el término vocación científica. ¿Por qué?
No me gusta el término. Como expliqué en una charla en Naukas en 2022, Falta de Inspiración, en la que por cierto acabó saltando a la comba Antonio Martínez Ron, yo de pequeña jugaba con mis amigas a eso de “quisiera saber mi vocación, soltera, casada, viuda, monja o enamorada”. No hay vocación de científica ahí. Por eso acabamos cantando en Naukas “quisiera saber mi profesión: científica, ingeniera…”.
Creo que para incentivar el interés por la ciencia la palabra vocación no es la más adecuada, porque puede traducir la idea de que hay que sacrificarlo todo por la ciencia y con eso no estoy de acuerdo en absoluto. Hay que dar a conocer la profesión de científico, que la gente le pierda un poco el respeto, que sepa que no somos genios, que no somos diferentes, que no se puede distinguir a una persona científica cuando la ves por la calle, por muy frikis que podamos ser a veces. No somos como en las películas: las personas que nos dedicamos a la ciencia tenemos que desmitificarnos un poco. Los niños y niñas, de pequeños, quieren ser futbolistas, médicas o profesores porque los tienen alrededor, así que cuanta más presencia social de personas que hagan ciencia, mejor.
También sueles comentar que, para generar interés por la ciencia, hay que explicar bien cómo se desarrolla, en lo bueno y en lo malo.
Además de dar a conocer nuestra profesión, hay que dignificar las condiciones en las que la desarrollamos. Las condiciones de la ciencia no pueden depender de una realidad de 24 horas y 7 días a la semana para maximizar los artículos que publicas porque si no lo haces tu carrera no va a existir. Eso no puede ser. La ciencia debe ser una profesión como otra cualquiera, en la que no haya que tener una dedicación en exclusiva, poniendo lo demás por detrás o dejando de lado otras cosas.
Cuando participo en actividades sobre vocación científica, me gusta contar toda la verdad: lo bonita que es la ciencia, pero también que no es un mundo rosa ni de fantasía, que es un mundo que también tiene problemas a los que se enfrentan hombres y mujeres, pero que a las mujeres nos pueden afectar más. Hay que decir, por ejemplo, que muchas mujeres abandonan carreras científicas porque saben que puede ser muy difícil compaginarlo con la maternidad. Claro que se puede dejar la carrera científica, por mil razones, pero lo deseable es que la razón no esté condicionada por cuestiones como la precariedad o la maternidad.
Hace años escribiste un artículo sobre el acceso abierto en ciencia. Pasado el tiempo, ¿cómo ves esta tendencia?
En aquel artículo, que estaba escrito en colaboración, criticábamos que el modelo podía envenenarse, porque podía generar una doble imposición y mucho trabajo: se pagan suscripciones, se escriben los artículos, se revisan gratis y se publican previo pago para que estén en abierto. Para editoriales como Elsevier desde luego es un negocio redondo, pero algunos centros e instituciones ya están renunciando a las suscripciones, por ejemplo. Además, el modelo puede ser cautivo, porque las métricas se vinculan mucho a la calidad de la revista, y es muy difícil y más caro publicar en las mejores revistas: lo que te cobran por publicar es una pasada.
Con ese artículo queríamos expresar que sólo con poner en abierto una publicación científica no se garantiza la accesibilidad, porque están los precios, y otras cuestiones como que el lenguaje no es comprensible para mucha gente. No es suficiente con pagar para que el artículo sea público: hay que hacer una ‘traducción’ y divulgar el contenido de manera comprensible. Eso sí: cada vez es más importante publicar en abierto, e incluir iniciativas de comunicación y divulgación, como por ejemplo pasa en los proyectos europeos de investigación, pero necesitamos más accesibilidad. Hay que tener más cabeza y darle más vueltas a este modelo.
¿Mejoramos en la generación de personas científicas que puedan ser referentes sociales?
Hemos progresado en los últimos años, también en visibilidad de mujeres. Pero nos falta aún, como sociedad en general, conocer mejor a las personas que se dedican a la ciencia. Creo que ahora hay más posibles referentes, gente que es visible en redes sociales, que habla en medios, que es protagonista de muchas actividades, en organizaciones que dedican esfuerzos a la ciencia… Es un trabajo que se está haciendo bien, pero hay que seguir insistiendo. A la sociedad aún le cuesta: cuando hablo con niños y niñas y les pregunto por científicos, hombres y mujeres, les cuesta mucho decir nombres. Los medios de comunicación pueden ayudar: estaría bien que la ciencia no sólo estuviera en las secciones de Ciencia, sino también en la portada, algo que ya pasa en alguna ocasión.
¿Cómo ves la relación entre la comunidad científica y los medios de comunicación?
La relación entre científicos y periodistas ha ido a mejor. Cada vez hay más rigor, nosotros hemos perdido el miedo a confiar en vosotros, y hay más confianza porque ambas partes han hecho esfuerzos: los periodistas científicos están formados, buscan fuentes diversas, explican bien qué necesitan… Y nosotros hemos visto que el periodismo puede ser muy serio, y que no es difícil entenderse transmitiendo cosas de manera sencilla sin perder el rigor. Soy más crítica con las notas de prensa de las organizaciones científicas: a veces me duele que la Universidad de Oviedo, o el CSIC, saque una nota en la que a veces quedan opacadas las personas que han hecho la investigación. Es difícil ganar visibilidad con tanto esfuerzo por reforzar una marca institucional. A veces veo estas comunicaciones algo frías, poco atractivas y demasiado institucionales.
¿Cuál es tu formato preferido para hacer divulgación científica?
A mí lo que me gusta es el vivo, el directo, como el escenario de los Naukas. Pero me fijo mucho en un ámbito, el de los colegios, que tiene menos visibilidad que otros espacios de divulgación. Es un público a veces difícil, pero al que hay que llegar, porque quizá los niños y las niñas no van a buscar la ciencia por ellos mismos. Allí no predicas para conversos, como en otros lugares a lo que va la gente que ya le gusta la ciencia. En los colegios estamos todos y todas, pasamos por allí sí o sí a varias edades, y es un sitio perfecto para hablar de ciencia, para contarles cosas, que se puede llegar a ella por caminos muy diferentes, que no siempre es algo que te interese desde pequeño.
Margarita Salas decía que la vocación científica no nace, sino que se hace, aunque también hay casos como el de Jane Goodall, que de pequeña ya flipaba con los chimpancés a los que ha dedicado toda su vida. La ciencia nos rodea y nuestro mundo sería inconcebible sin ella: los niños y niñas tienen que saberlo, pero también deben saber que su vida es suya, que hay múltiples caminos, y que por muchos consejos que les demos, la decisión es suya. Mi consejo sería que, tanto si lo tienen claro como si dudan, que se arriesguen y vayan a por ello si deciden dedicarse a la ciencia.
Vivimos desde hace años un boom en la publicación de libros de divulgación de la ciencia. ¿No es algo que te atraiga?
No tengo bastante rollo para escribir libros. Los leo y me encantan, pero me entra un poco el síndrome de la impostora y pienso que no sé si sería capaz de contar en un libro cosas tan interesantes como las que leo. Creo que me falta un buen empujón, pero es algo que tampoco descarto. Ya sabes que hay dos tipos de divulgadores: los que han escrito un libro y los que lo van a escribir. En cualquier caso, creo que pocas cosas se pueden comparar con hablar directamente ante un auditorio atento.
NOTA FINAL: Esta entrevista, realizada por el periodista José A. Plaza, forma parte de una serie de conversaciones-entrevistas con divulgadores y divulgadoras de la ciencia. Antes de ésta se han publicado las siguientes entrevistas:
- Natalia Ruiz-Zelmanovitch
- Francis Villatoro
- Clara Grima
- Daniel Marín
- José Manuel López Nicolás
- Marian García y Gemma del Caño
- Carlos Briones
- Conchi Lillo
- Lluis Montoliu
- Esther Samper
- Susana Escudero
- Ignacio López-Goñi
- Antonio Martínez Ron
- Helena Matute
- Gabriela Jorquera
- Xurxo Mariño
- Guillermo Peris
- Javier Fernández Panadero
José A. Plaza, periodista de ciencia y salud. Cuarentaypocos. Pasé casi 15 años escribiendo en un medio especializado en Medicina y actualmente soy responsable de Comunicación en un organismo público de investigación. Socio (y cofundador) de la Asociación de Comunicadores de Biotecnología (ComunicaBiotec), de la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2) y de la Asociación Nacional de Informadores de la Salud (ANIS). No sé estar sin leer, escribir, baloncesto y rock.